Un callejón sombrío por el que sopla el viento y una pequeña tienda de antiguallas. Un montón de basura y chucherías. Algunas tal vez útiles, inservibles sin duda casi todas. Cuánta cosa que más o menos pronto acabará quebrándose. Mal apoyado en un bastón dudoso llega de cuando en cuando un viejecito, compañero de escuela del que lleva la tienda. Cobijados por las montañas de deshechos se diría que son, sentados conversando, las piezas más valiosas de la tienda. Pero no tiene precio: les falta la etiqueta.
TIEMPO
La que duerme a mi lado desde hace cuarenta años todas las noches duerme a mi lado.
En el verano en un futón ligero de verano en un grueso futón de invierno en el invierno todas las noches duerme a mi lado.
¿Eso vienen a ser cuarenta años? Un envoltorio de tela con la boca entreabierta.
En Japón suele tenerse al Chôju-jinbutsu-giga, un conjunto de cuatro rollos historiados que datan de fines de la era Heian, por el origen remoto del manga, aunque los siete siglos que median entre el monje Toba Sôjô (1053-1140), al que la obra se atribuye sin mucha certidumbre, y los manga de Hokusai, son sin duda demasiados. Pero el salto se explica por el carácter excepcional de la obra, en la que ranas, conejos, zorros y monos bailan, conversan, se entretienen en juegos y disputas u ofician ceremonias religiosas. No se trata de un relato, pero tampoco de una sucesión de imágenes inconexas: la secuencia, de tono festivo e intención satírica, es innegablemente rítmica, y aunque los hilos alusivos y simbólicos de la trama sean invisibles para el espectador no avisado y haya pasajes enigmáticos para los eruditos, la gracia de las imágenes es insuperable y la experiencia de verlas se parece mucho más a la de escuchar una pieza musical que a la de despachar una historieta ilustrada.
Porque aquí no se trata de ilustraciones: no hay ningún texto y es solo el dibujo lo que canta y cuenta. No es extraño que, entre las obras clásicas mayores del arte japonés, esta sea una de las más populares, y abundan las reproducciones completas —en rollos de diversas dimensiones, libros y videos como el muy deficiente que aparece en esta página— y fragmentarias —en revistas, tarjetas postales, pañuelos, camisetas, tazas, encendedores…—, pero muy rara vez se exhibe el original. En diez años en Japón, solo una vez pude no verlo: vislumbrarlo, parándome de puntas y alargando el cuello sobre las cabezas de los numerosos visitantes que recorrían parsimoniosamente el centenar de metros que sumaban los cuatro rollos extendidos en las vitrinas del Museo Nacional de Kioto.
Por suerte hay ya una aplicación gratuita para iPad que permite recorrer enteramente dos de los rollos, reproducidos con una calidad de imagen impecable. Las explicaciones están en japonés, pero no hacen falta para disfrutar del paseo y el curioso puede encontrar muchas más en inglés, y algunas en español, en la red.