ROBIN ROBERTSON: La casa de la Envidia

por aurelio asiain

Giotto, Cappella degli Scrovegni, Padova

LA CASA DE LA ENVIDIA

a partir de Ovidio

En un hondo barranco, resguardada
del sol y el aire y de sus vientos,
está la casa de la envidia:
sucia de podredumbre,
rodeada de tinieblas
y un frío amargo, un vendaje de niebla
sin fin corre a lo largo de sus muros.
La diosa una vez golpeó la puerta
con el extremo de su lanza
y la puerta se abrió, mostrando dentro
a la Envidia atareada en su comida:
esa carne de víboras
con que alimenta su veneno.
La diosa tembló al verla.
La criatura se levantó —las pieles
y las cabezas de serpientes
resbalaron de su regazo—
y cojeó lentamente
hacia la puerta
donde vio a su visita:
una armada belleza, y retorciéndose
con un gemido espeluznante
se apartó de la luz.
Pero podía verse claramente:
sin sangre, retorcida la mirada
y con baba goteando
de su boca colgada.
Dicen que sólo sonreía
al ver el sufrimiento, y que la idea
de la felicidad bastaba
para quitarle el sueño: se la come
y la desgasta.
Royendo a otros, royéndose a sí misma,
es su propio tormento.
“Con tu bastón de zarzas y de espinas
disfrázate de nube
y haz tu tarea”
—la diosa dio la orden y empezó
a morderse la boca.
“Pisotea las flores y marchita la hierba,
plaga los bosques
y pon tu mácula en el mundo.
Aquí está el nombre. Instila tu veneno”.
Dicho lo cual, la diosa presionó
su lanza fuertemente contra el suelo
y ascendió al aire altísimo de un salto.

ROBIN ROBERTSON
Versión de Aurelio Asiain.
El original, en Hill of Doors.