El blog de Aurelio Asiain

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Categoría: traducción

La casa del rumor

a partir de Ovidio

Hay un lugar en el centro del mundo,
entre la tierra y el cielo y el mar,
en que todo sonido puede oírse,
donde todo se ve.
Aquí vive el rumor,
que en lo alto de un monte hace morada.
Es una casa abierta
noche y día: un domo de aberturas
y ventanas dispuestas
como un millón de ojos que observan
fijamente, sin parpadear,
sin puerta ni cerrojo en sitio alguno.
Tienen oídos sus paredes.
Son oídos. La casa,
hecha toda de bronce
en finas hojas resonantes,
zumba incesantemente con palabras
que se repiten y replican, vuelta
y vuelta y vuelta y una vez
y otra vez en la baja
murmuración, la voz que se hace eco.
No hay lugar en silencio,
solo el murmullo de las voces
como olas susurrantes o apagado
rodar del trueno en su último desplome.
Casa tomada por las sombras
en la que van y vienen los fantasmas,
es huésped el rumor y la mentira
y la verdad se mezclan:
palabras, frases, hechos y ficciones,
fabricaciones, todo confundido.
Una historia se esparce a cada vuelta
y crece y cambia y cada quién la cuenta
poniendo a lo que oyó de su cosecha.
Todo aquí se vigila y se intercepta:
una legión de ángeles lo graba.
Viven aquí Credulidad y su imprudencia,
el temerario Error
y la Dicha insensata. Los Susurros
tienen aquí su casa y lado a lado
la Sedición de pronto, el Miedo trémulo.
El Rumor mismo
oye todo y ve todo
lo que ocurre en los cielos,
en el mar o en la tierra;
Guardia, vigía, cámara de ecos,
no olvida nada,
no olvida a nadie mientras barre el mundo.

ROBIN ROBERTSON

*

De Hill of Doors

Versión de Aurelio Asiain

La música de lo que pasa

Canción

Muchacha con carmín, ese serbal.
Y entre el camino real y el secundario,
goteantes en la húmeda distancia,
altos entre los juncos, los alisos.

Hay flores en el barro del dialecto
y en el tono perfecto siemprevivas,
y ese instante en que el pájaro que canta
sigue la música de lo que pasa.

Seamus Heaney

*

Es la segunda vez que traduzco este poemita. Mi primera versión tenía rimas, que surgieron naturalmente y sigo pensando que a una canción no le van mal, pero no están en el original. He conservado solo la última. No estarán de más un par de observaciones.
El serbal y el alisio son dos árboles importantes para la mitología celta. Según ciertas leyendas irlandesas el primer hombre provino del aliso y la primera mujer, del serbal. Así, la visión de la muchacha con carmín, brotada del rojo vivo de los frutos del árbol, alude además a un sustrato mítico. Las siemprevivas son las flores que así se conocen en México y en otros países como inmortales, flores de paja, flores de papel: helichrysum bracteatum. Imagen no de la eternidad sino de lo perdurable.
La última línea cita la frase del gigante mítico Fionn mac Cumhaill, que desafió a sus seguidores, los fianna, guerreros y poetas, a decir cuál era la mejor música del mundo, y les aclaro que no era ni el canto de la alondra, ni la risa de la muchacha, ni el bramido del ciervo, sino «la música de lo que pasa» —la música de las esferas, pero tal como suena en la lluvia o el arroyo.
No es necesario explicar que los ocho versos expresan un arte poética.

Robin Robertson: Dos poemas

MIS NIÑAS

Cuántas veces
me he tendido a su lado
ayudándolas a dormirse
con los cuentos de siempre;
cara a cara, sus manos en mis manos,
hasta que se deslizan en el sueño y puedo
soltar los dedos y escurrirme
escaleras abajo:
la cara en blanco,
llenas de trucos las manos.

*

A MIS HIJAS, QUE DUERMEN

Entre árboles que no puedo nombrar
llenos de pájaros que no distingo

veo a mis hijas crecer lejos de mí;
y el corazón está descoyuntado.

¿No hay tiempo ya, no puedo aprender todas
las palabras de amor mientras aún duermen?

ROBIN ROBERTSON/ a. a.
“My Girls” pertenece a The Wrecking Light; “To My Daughters, Asleep”, a Swithering.

Robin Robertson: En Roane Head

para John Burnside

Su casa se reconocía por las persianas
y por los cormoranes echados en el muro,
las cruces negras de las alas tendidas a secar.
También por el serbal y el pino que la ocultaban
del mar y de la breve luz del sol
y por el collie Aonghas, acostado a la puerta
donde murió: un bastidor de huesos, una trampa saltada.

Pasó una madeja de gansos, con el lento chirrido
de una sierra oxidada. Tiraba y enrollaba
quejoso el mar amargo y en el bosque
chillaron las palomas elevándose.

Había tenido cuatro hijos, muy bien lo supe,
todos torcidos. Ciegos de nacimiento, dicen,
boquiabiertos y simples y palmípedos
palos raquíticos. Bellos rostros, me han dicho,
pero vacíos como el aire.

Alguien los vio una vez afuera, renqueando
hacia la playa, chillando como ratas,
y dijo que eran buenos nadadores,
pero eso lo habría imaginado.

Su esposo la dejó: le dijo
que no podían ser suyos, que eran más
peces que humanos;
dijo que estaban hechizados,
y les buscó en la piel las marcas probatorias.

Durante años tendió cada difícil llama:
sus vacilantes cuerpos apretados.
Cada noche, para apagar el fuego,
cerraba las escamas de sus ojos.

Hasta que él volvió otra vez,
la última vez,
lleno de alcohol, diciendo
que estaba harto de aquello,
de toda esa brujería,
y los hizo pararse
en fila al lado de sus camas,
temblando. Aleteaban
sus manos; giraban los ojos
de arenque en sus cabezas.
Recorrió la fila
serenándolos
uno por uno
con una navajita.

Dicen que por las noches ella sale a tender
mantas sobre las tumbas para darles calor.
Con un dolor que haría salirse el corazón.

Una nutria en las hojas se agitaba, una garza
marchaba lentamente sobre el agua en el alba
en que llegué otra vez hasta su puerta.

De su collar colgaban cuatro piedras,
llevaba cuatro anillos en la mano
que me condujo más allá del cuarto
en el que ardían cuatro velas
y al que llamó «la sala de la lluvia ‘.
Subía humo lechoso desde la chimenea
como en una cascada inversa
y ella dijo mi nombre,
y fue lo único
y lo último que dijo.

Me dio un huevo de alondra en un lecho de hielo;
me dio caireles de mis cuatro hijos; me dio
la cabeza de su marido en una caja de madera.
Luego me dio la piel de foca, y me la puse.

*

Sobre este poema (cuyo original puede leerse aquí, junto a un video en que el autor lo lee) ha escrito Robin Robertson:

“At Head Roane”, de The Wrecking Light, es el segundo de una serie de poemas narrativos que he estado escribiendo desde el año pasado —todos situados en lugares ficticios de Escocia. Tienen algunos de los atributos de los cuentos populares, y algunos de los alegres temas habituales en el folklore: el asesinato, la violación, la venganza, la locura, la deformidad física, la brujería y lo sobrenatural. En este poema he invocado el mito celta de los selkie: criaturas que nadan como focas, pero que pueden volverse humanas al arrojar su piel. La transformación se revierte al ponerse de nuevo la piel de foca, pero si pierde la piel mágica o se la roban, la criatura está condenada a permanecer en forma humana. Ron —pronunciado roane— es el gaélico para «foca». Aunque con costras de sangre escocesa y sal del mar, este poema halló su cauce al mundo una tarde de Navidad en una casa-bote alquilada en Norfolk Broads.

El llano sentido de las cosas

Ya caídas las hojas, regresamos al llano
sentido de las cosas. Tal si hubiéramos
llegado al fin de la imaginación,
inanimada en un saber inerte.

Es difícil aun elegir adjetivo
para el soso vacío, la tristeza sin causa.
Ya es la gran estructura una casa ordinaria.
Ningún turbante pasa por los menguados pisos.

Nunca el invernadero se vio tan despintado.
Cincuenta años inclinan la chimenea a un lado.
Falló un tremendo esfuerzo, una repetición
en la repetición de hombres y de moscas.

Pero también había que imaginar la ausencia
de la imaginación. El gran estanque
y su sentido llano, sin reflejos ni hojas,
ni fango, ni el cristal de agua sucia, que expresan

el silencio ese, sí, el de rata al acecho,
el gran estanque, su derroche de lirios, todo
había que imaginarlo: conocimiento inevitable;
como algo necesario requiere, requerido.

WALLACE STEVENS
Versión de A. A.

Las capas

He andado muchas vidas,
entre ellas algunas mías,
y no soy el que era,
aun si algún principio queda
del ser del que me esfuerzo
por no alejarme.
Cuando miro hacia atrás,
como debo mirar
antes de reunir fuerzas
para seguir mi viaje,
veo empequeñecerse
los hitos hacia al horizonte
y alejarse los fuegos lentamente
de campamentos abandonados
que con pesadas alas rondan
ángeles de carroña.
Mis querencias más ciertas
me fueron convirtiendo en una tribu
desperdigada.
¿Cómo reconciliar el corazón
con su fiesta de pérdidas?
Se alza el viento y el polvo
maníaco de mis amigos,
los que fueron cayendo en el camino,
me da amargo en la cara.
Pero me vuelvo, sí,
me vuelvo, algo me exalta,
intacto el ánimo de ir
a donde necesite,
y cada piedra del camino
me resulta preciosa.
En mi noche más negra,
con la luna cubierta,
vagaba entre los restos,
y una nublada voz
de nimbo me lo dijo:
«Vivo en las capas,
no en la basura”.
Me falta el arte
para desentrañarlo,
pero sin duda el próximo capítulo
de mi libro de las transformaciones
está ya escrito.
No he terminado con mis cambios.

Stanley Kunitz
Versión de A.A.

Ocho poemas de Charles Simic

SANDÍAS

Entre la fruta
hay Budas verdes.

Comemos la sonrisa
y escupimos los dientes.


ESCOLARES CANOSOS

Los viejos tienen malos sueños,
duermen poco por eso.
Andan descalzos,
sin encender la luz,
o se quedan de pie, apoyados
en qué muebles tristísimos,
escuchando sus propios latidos.

Hay en el cuarto una ventana,
y es negra igual que una pizarra.
Cada viejo está solo
en el salón, fijos los ojos
en la delgada línea de gis
entre el estar aquí
y el ya no estar aquí.

No importa. Un vaso de agua,
eso venían a buscar,
aunque no nada más.
Escuchan: la pared tiene ratones,
un auto pasa por la calle,
sus padres muertos pasan arrastrando los pies
cuando van hacia la cocina.


EL ALMA TIENE MUCHAS NOVIAS

En la India me llamó la atención
una mosca en un templo;
me hizo sentir muy claramente
que tal vez, por qué no,
nos conociéramos de antes.

¿Fue en la ciudad de México? Trepaba
entre manchas de sangre las piernas amarillas
de aquel Cristo crucificado
y sus ojos crecían y crecían.
“Dios te siente en el trono eminentísimo
de Su reino invisible”.
Me lo dijo en inglés un pordiosero.
Era ciego. Sabia qué había visto.

En el bar donde Pancho Villa
disparó sus pistolas contra el techo,
en las nalgas al aire de la ninfa desnuda
del cuadro, que emergía de las aguas,
e internándose ahora sin pudor
por la nariz de Buda,
más confidente haciendo su sonrisa,
su mirada más bizca.


LA HABITACIÓN BLANCA

Lo obvio es difícil
de probar. Preferimos
lo oculto. También yo.
Escuchaba a los árboles.

Tenían un secreto,
y estuvieron a punto
de revelármelo:
nunca lo hicieron.

En el verano cada árbol
de mi calle tenía una
Sheherezada. Eran parte
mis noches de sus cuentos

salvajes. Me llevaban
por casas cada vez
más oscuras, por casas
abandonadas, mudas.

Alguien de ojos cerrados
habitaba en los altos.
Pensarlo me asombraba
y me quitaba el sueño.

La verdad: simple y fría,
dijo la mujer siempre
de blanco. No salía
apenas de su cuarto.

Al sol, una o dos cosas
que habían sobrevivido
la larga noche intactas,
las cosas más sencillas,

en su obviedad difícil.
No hacían ningún ruido.
Era un día de esos
que se llaman “perfectos”.

¿Los dioses disfrazados
de horquillas? ¿Un espejo
de mano? ¿Un peine
sin dientes? Nada de eso.

Las cosas como son,
sin parpadear, calladas
en su fulgor. Los árboles
esperaban la noche.


ANGUSTIADOS ANÓNIMOS

Nuestra secta del juicio final
tiene una membresía de millones.
La mesera que sale a echar fumadas
y ese perro amarillo junto al banco;
sabemos quiénes somos sin gafetes.

Confinados en invisibles cárceles,
hospitales y manicomios,
en la estación de vagas premoniciones,
pensamientos desordenados y pánico creciente.
Ayer le pegó al gordo algún suertudo
y a una vieja un ladrillo le cayó y la mató.
De qué forma esos viejos se toman de las manos…
Apenas han salido tal vez de un ascensor
que estuvo varias horas atascado,
y respiran agradecidos mientras llegan
preocupaciones frescas a oscurecer su día.


SOLEDAD

La única casa que tú y yo tuvimos.
No mayor que una caja de cerillas
—o vasta como el cielo constelado—
y contigo como único inquilino,
feliz de tener pulga que rascarse
mientras se pone a recordar la noche
en que oyó que llamaban a la puerta.

Te daba miedo abrir, pero lo hiciste.
Preguntó si tendrías una vela.
Respondiste que no tenías ninguna.
Se quedaron mirándose las caras
entre los dos departamentos negros,
sin saber qué decir ni tú ni ella
antes de darse al fin los dos la espalda.


EL SAPO

Durante un tiempo mis amigos
no me verán en la ciudad.
No iremos por las calles
bien entrada la noche
llamándonos a gritos, señalando
tal o cual vista espléndida
o aterradora, tanto
que cómo darle nombre a la carrera.

Paso unos días en el campo.
Me pongo en pie temprano,
oigo los pájaros
que saludan el día
y cuando callan
oigo las hojas en el viento;
abundan aquí tanto
como allá en tu ciudad las multitudes.

Dios nunca hizo un día tan hermoso,
me dijo una vecina.
Luego se fue y yo me senté a la sombra
y me quedé rumiando aquello.
Un sapo salió entonces de la hierba
y, viendo que era inofensivo,
saltó sobre mi pie rumbo al estanque.


EN LA BIBLIOTECA
                     para Octavio


Hay un libro que se llama
“Diccionario de los ángeles”.
Hace cincuenta años que no lo abre nadie.
Lo sé porque, cuando lo hice,
las cubiertas crujieron y las páginas
se deshicieron. Me enseñaron

que los ángeles fueron abundantes
como especies de moscas.
Cuando se hacía de noche, el cielo
se llenaba de ángeles.
Había que agitar los brazos
a cada rato, para espantarlos.

Ahora brilla el sol
tras las altas ventanas.
La biblioteca está siempre en silencio.
Los dioses y los ángeles se apiñan
en oscuros volúmenes no abiertos
nunca por nadie. El gran secreto
yace en algún estante ante el que pasa
cada día Miss Jones, que hace su ronda.

Es muy alta, y mantiene
la cabeza inclinada, igual que si escuchara.
Son los libros: susurran.
Yo no, pero ella escucha.

 


Versión de A. A.

Silencio

Bajo un roble de invierno yo dejé de cantar
El cielo tras el roble descendió como nieve
La nevada nocturna cesó ya en la mañana
No ha vuelto el corcel negro sobre el que yo cantaba
Los ojos del corcel eran lagos de negro
En los que inmensos llanos se inundaban de lágrimas
En los que eran barridos los años hasta el negro
El viento hizo perderse al corcel por el cielo
El viento convirtió en fruta sus huesos
El viento va a arrancar el roble de la tierra


Ouyang Jianghe
versión de A. A.
de la versión inglesa de Austin Woerner en Doubled Shadows.

Un papalote en llamas

 

Qué gran cosa si todos pudiéramos volar.
Pero alzarte en el aire no te convierte en pájaro.

Me enferman las burbujas silbantes de champán.
Es primavera y todos tienen qué vomitar.

Cierto: una vida libre está hecha de palabras.
Uno puede arrugarla, puede arrojarla al cesto,

ponerla entre los cuerpos de los ángeles para
obtener dirección permanente en el cielo.

Ya sea que aleteen hacia la V de las tijeras
o estén en las paredes impresos y pegados

o armados y amarrados con cuerdas, marcos de bambú,
o condenados a morir por fuego,

tú ante todo y al fin
y al cabo eres ceniza.

Pero es cosa del aire este fulgor.
Alza tu copa aun más, arrójala muy alto.

Pocos conocen este vertiginoso júbilo:
en el cielo vacío, dos alas encendidas.

Ouyang Jianghe
versión de A. A.
de la versión inglesa de Austin Woerner en Doubled Shadows.

El poeta se lava la cabeza

Miro el peine y el agua, y lo que va cayendo.
Lejos mis años y el que fui, ya no me tengo.
No me digas que pierdo cada día el cabello:
mira crecer mejor las barbas de mis nietos.

Shimada no Tadaomi (829 – 891)

*


Kanshi: poema japonés escrito en chino.De la versión inglesa de Burton Watsonen Japanese Literature in Chinese, Columbia University Press, 1975. Corrijo la versión publicada aquí.

washing head

«Washing head» ©dejoule160