El blog de Aurelio Asiain

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Mes: abril, 2013

Póker

Esa noche a la mesa éramos cinco
jugadores: Padge, Kieran, Neal y yo
y tío Charlie, tendido en su ataud.
Le tocaba una mano a cada vuelta,
por turnos apostábamos por él
y tanto eran ganancias como pérdidas:
¿para qué iba a querer unas monedas?
¿Algo querría ganar más que la vida?
Pero cinco jugamos esa noche
y era de día ya cuando paramos.
Le dejamos las cartas esperando
que no se olvidará nunca del juego
de esa noche y Padge, Kieran, Neal y yo
desandamos la senda a nuestras camas
para dormir hasta enterrarlo y luego
volvimos a jugar hasta aceptarlo:
con tío Charlie se fue la buena mano.

*

 

MATTHEW SWEENEY
versión de Aurelio Asiain

Aquí, el original y la lectura del poeta.

Cueva del Sueño


Giulio Carpioni, Iris visita a Hypnos en la cueva del Sueño.

a partir de Ovidio*

Guarda el monte desierto una caverna
por los rayos del sol jamás tocada;
la tierra en torno
exhala
nubes de niebla
en un ocaso interminable,
la secreta morada
del dios del Sueño ocioso.
No hay ningún gallo que convoque al alba,
no hay gansos, perros ni animal alguno
que interrumpa el silencio, no hay ni ramas
por la brisa agitadas. Quietud solo
y, muy bajo, el murmullo del distante
Leteo y los guijarros que a su paso
mueve mientras susurra: duerme, duerme.
Afuera, exuberantes amapolas;
hierbas que sueltan en la noche jugos
e infunden en la tierra su indolencia,
su tibia gravedad.
No hay puertas: chirriarían las bisagras;
no hay guardián a la entrada.
En una plataforma en mitad de la cueva
hay una cama de ébano, abultada
de sábanas oscuras y negros almohadones
donde yace el dios mismo,
en qué lánguida paz hundido.
Por todos lados sueños vacíos lo rodean,
incontables igual que en la cosecha
los granos de maíz, las hojas en los árboles
del bosque, las arenas de la playa.

Penetra el mensajero de la diosa en la cámara,
le sacude los sueños que le cierran el paso.
La luz de su vestido va inundando la cueva,
y ya empieza a agitarse el Sueño: lucha
por levantar los párpados, en pesado letargo.
Lo intenta una y otra vez, y retrocede,
y hunde en el pecho la cabeza. Al fin
despierta, parpadea, abre los ojos
y, apoyado en un codo,
mirando a la mujer, sonríe.

*

ROBIN ROBERTSON,

en Hill of Doors

—versión de Aurelio Asiain

* Metamorfosis, XI