Borges, a Bioy, sobre un plagio: «Hay que denunciarlo en Sur»
por aurelio asiain
Leer «Pierre Menard, lector del Quijote» como una apología del plagio es un lugar común de cierta crítica palabrera, autorizada por la cátedra y los títulos universitarios, de la que Borges y Bioy se burlaron en una de sus Crónicas de Bustos Domecq: el «Homenaje a César Paladión«, parodia desaforada del cuento de Borges. Naturalmente, los apologistas del plagio toman esa caricatura grotesca como una apología. Pero en su libro sobre Borges, Adolfo Bioy Casares refiere esta conversación sobre el plagio en que Borges lo ve como «la tentación de la facilidad», le advierte a un plagiario que podría terminar en la cárcel y propone denunciar a otro en la revista Sur. La entrada corresponde a 1966 y ocupa parcialmente las páginas 1129 y 1130.
Miércoles, 31 de agosto. Come en casa Borges. Hace tiempo, un señor Menéndez Leal publicó en El Salvador un libro de cuentos entre los que algún crítico reconoció más de uno de los Cuentos breves y extraordinarios (por ejemplo el del leñador y el ciervo). Recuerdo que llegó aquí el libro, con una supuesta «carta prólogo» de Borges, que resultó ser lo único original. Por ese libro, Menen Desleal recibió un premio; después, con una pieza de teatro, obtuvo otro. Uno de los concursantes, en la amargura de su desilusión, escribió al jurado para señalarle que la pieza de Menen Desleal era un tercer acto de Shakespeare. Menen Desleal está en la cárcel, pero tiene imitadores, es el jefe de una escuela llamada los recreacionistas, que tienen aterrados a los jurados de la muy literaria república de El Salvador: no saben nunca si están premiando Corazón, Los trabajadores del mar o El viciario de Wakefield en nuevas reencarnaciones. La escuela no empezó con la teoría (como Morris, que dijo: «todos los cuentos se han contado, volveré a contarlos», y los versificó); empezó sus publicaciones y después, ante la acusación de plagio, se defendió con la teoría. Ayer, un señor salvadoreño, «extraordinariamente gris y petiso», regaló a Borges un librito, del que es autor, titulado Recreacionismo recreado, en que procede a contar nuevamente los mismos cuentos, el del leñador y el del ciervo, etcétera. Borges le dijo: «Tenga cuidado. Todavía también acabará usted en la cárcel». «No —aseguró el visitante—. Lo explico todo en el prólogo.» Borges me comenta: «Reality beats you at every turn. Espero que aparezcan pronto nuestros cuentos. Paladión parecerá una mera sátira contra contra Desleal y su escuela». Bioy: «Esta historia de los recreacionistas tiene más argumento que el de Paladión». Borges: «Parece de Henry James». Bioy: «¿Cómo se resolverán a publicar plagios?» Borges: «Es la tentación de la facilidad. Esa misma tentación —ahora lo descubro— es la del arte abstracto». Silvina: «Anderson Imbert, en esas cosas breves que publica, está contando cuentos de todo el mundo. Hasta alguno mío». Borges: Hay que denunciarlo en Sur. Empezó con «El leve Pedro»… No es necesario traducirlo: tenemos el texto de Wells». Bioy: «A mí el plagio me parece increíble. Si una persona me asegura que es una coincidencia, le creo. Él estaba muy dolido porque vos creyeras que «El leve Pedro» era un plagio». Borges: «Mastronardi lo leyó y me señaló que era el cuento de Wells. ¿Los recreacionistas buscarán textos un poco ignorados o, al contrario, publicarán Los tres mosqueteros?»
Todo lo que provenga de alguien que juega con su apellido para destacar lo “Desleal” habría que tomarlo con suspicacia, querido japonecio.
Álvaro Menen Desleal (y no Menéndez Leal como copias al principio) pudo acabar en la cárcel, pero al parecer sabía perfectamente lo que hacía, cosa que Borges y Bioy desde luego advierten. En otra entrada del diario (11 de septiembre de 1963), ante la incomodidad de Borges por el prólogo apócrifo que Desleal había incluido en su libro (y del que irónicamente dice Bioy que “era lo único original”), ABC le recomienda que no dé mayor importancia al asunto y elogie el libro y aun el prólogo apócrifo.
Lo cómico del asunto es que todavía se preguntan si la madre de Borges no habrá escrito la carta-prólogo, y aun el propio Borges vacila, o juega a que vacila, si no la escribió él (ABC lo descibe como «una suerte de centón de frases de Borges hilvanadas»). En realidad saben que el título del libro es un homenaje y además al final incluye un posfacio en el que el autor se disculpa con Borges por todas las licencias. Esto, según tu propia idea de que el plagiario esconde la mano, no debería calificarse de tal. El otro salvadoreño “extraordinariamente petiso y gris” también aclara en el prólogo el carácter metaliterario de sus «plagios».
Pero a todo esto, ¿quién era ese Menen Desleal y qué se proponía? Sergio Ramírez escribe lo siguiente sobre el autor salvadoreño:
«Los escándalos literarios en Centroamérica no son muy frecuentes, a menos que uno mismo se los fabrique; ésta ha sido en parte la filosofía empleada por Álvaro Menen Desleal, el brillante escritor salvadoreño que a los 37 años de edad acaba de obtener casi consecutivamente dos premios de importancia: el Primer Premio de Teatro en los Juegos Florales de Quezaltenango, y el Primer Premio de Cuentos en el Certamen Nacional de Cultura de El Salvador.
«Cuando en 1963, Menen Desleal ganó el Segundo Premio de Cuento en el Certamen Nacional de Cultura, con su libro “Cuentos breves y maravillosos”, él mismo se inventó una pugna que llevó hasta los diarios, atacándose de plagiario y defendiéndose al mismo tiempo (con nombres supuestos), hasta que el asunto cobró a otros participantes, esta vez auténticos, que se encargaron de llevarlo a un juicio público celebrado en la Universidad, del cual salió condenado. De esta manera el libro alcanzó un record de venta jamás logrado anteriormente en el país. No obstante la condena, el libro tuvo un éxito impresionante en el exterior y ya ha sido traducido al rumano y al inglés.»
Y en una vuelta de tuerca inverosímil, que muestra que, en efecto, “la historia tiene más argumento”, como sospechaba Borges, el texto apócrifo sería recogido más tarde ¡en un libro póstumo de Borges! (“El círculo secreto”).
¿Cuál libro póstumo, editorial?
EL CÍRCULO SECRETO, Emecé, 2003, publicado en la “Biblioteca Jorge Luis Borges” al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi. En la página 34 está incluida la “Carta de Jorge Luis Borges” escrita en realidad por Menen Desleal.
Son inverosímiles, son patéticos, son ridículos, son sobre todo indignos los malabares que haces desde el principio para alegar que Borges, que Paz, que Montaigne dijeron lo que a ti te parece, contra toda evidencia. En el texto está clarísimo que Bioy y Borges, aunque se lo tomen con humor, no son de ningún modo apologistas del plagio. Lo que pretendiera Menen Desleal no es el asunto.
Lo que es malabarismo no sé si patético, pero sí un poco enfático (¿cuál es el caso de amontonar descalificaciones?) es que te empeñes en leer con los ojos cerrados.
Lo que pretende un autor al tomar textos prestados no sólo es pertinente, si no que es «el» asunto. Podría decirse que es el rasero último (con frecuencia inalcanzable), para decidir si hubo plagio descarado o mera intertextualidad.
No es que Montaigne o Borges o Paz fueran apologistas del plagio (eso es lo que te empeñas en adjudicarme), simplemente digo que no veían con tanto escándalo prácticas literarias a las que muchos llaman o llamaron en su momento «plagios» y que acompañan toda la historia de la literatura.
Habría que averiguar si Borges, al hablar de «la tentación de la facilidad», está objetando más la facilidad del recurso que el recurso mismo. O sea, si le parece denunciable por su pobreza estética.
La discusión está muy bien planteada, me parece, en la «Memoria de los poetas de los lagos» de De Quincey. Allí, detecta varios préstamos embozados a lo largo de la obra de Coleridge, no meras paráfrasis sino citas textuales sin comillas que, por diversas razones, no le parace que deban ser reprensibles y no cree que deban llamarse plagios. Pero luego habla de un plagio descarado, en el que Coleridge se fusila un texto íntegro de Schelling. Se pregunta por qué lo hace, él al que considera un genio y no tendría necesidad (otra vez, las intenciones).
Pero si denuncia esos préstamos y ese plagio descarado, no es para que nos escandalicemos de las licencias de Coleridge, sino para revelarlo de una buena vez por todas e impedir que otros, de manera aviesa, quieran despertar recelos alrededor de la figura de Coleridge, o cmo dice con su prosa insuperable, para «despojar al hecho de su agujón».
(Hay estudiosos, por cierto, que han encontrado en De Quincey muchas de las astucias literarias que él señaló en Coleridge…)
Saludos
Ah, ya pasamos a «no veían con tanto escándalo» y a «simplemente digo». Si el lector no es perezoso o tiene buena memoria verá que esas dos frases no describen lo que has venido diciendo a lo largo de esta discusión al pie de las entradas de mi blog, con atribuciones erradas, malas lecturas, interpretaciones abusivas, etc. En fin… Paz dijo esto en “Plagio, toga y birrete”, nota polémica sobre Elías Trabulse publicada en la revista Vuelta, No. 38, enero de 1980, y recogida en el tomo 14 de sus Obras Completas, Miscelánea II, FCE, México, 2001, p. 168:
«El plagio literario e intelectual es una manía, es decir, una enfermedad del espíritu y de la voluntad, como el alcoholismo y la cleptomanía. Por eso los aquejados de ese mal (casi todos gente de pluma, toga y birrete: cada género de vida tiene sus dolencias profesionales) ceden una y otra vez a la tentación, a sabiendas de que corren el peligro de ser descubiertos.»
¿No con tanto escándalo, eh?
Tanto Paz como Borges distinguían entre lo que eran meros plagios y lo que eran reelaboraciones, paráfradis, citas, parodias. A los dos les molestaba: es obvio en la cita de Paz, es claro en las frases con que Bioy quiere consolar a Borges.
El que en todo caso es apologista del plagio soy yo, no esos autores, a los que nunca me he referido como apologistas, sino como ejemplos de que las acusaciones de plagio se dan siempre en contextos polémicos y por ello depende de muchos factores para que se acepte como tal.
Aquí el que hace interpretaciones abusivas, si es que eso existe, eres tú. Desde el comienzo el punto era mostrar que si había que escandalizarse por algo era por la baja calidad literaria de los plagios de Alatriste, que cayó por pereza en lo que Borges llamó con tino «la tentación de la facilidad».
La cita de Paz que traes a cuento está en un contexto polémico; en ese caso era oportuno comparar el plagio con la cleptomanía (como por cierto hace De Quincey al llamar a Coleridge un cleptómano millonario, pero sin escandalizarse); en otros contextos, como el que han recordado por allí Yépez y otros, Paz matizaba su escándalo y mostraba una sonrisa irónica.
Lo que para ti son evidencias para mí es justo lo que está en discusión. Por ello para ti el otro siempre está leyendo mal, siempre está tergiversando citas. Lo mismo podría decirse de tu forma de leer (por ejemplo a Montaigne, negándote a ver la franca relación entre autoría y autoridad).
Yo creo que la acusación de plagio es un poco como antes la de brujería. Un caso que se construía respondiendo a ciertos intereses y parámetros que podían cambiar y de hecho cambiaban. Tú insistes en decir, mutatis mutandi, que la brujería sí existe y es una cosa muy grave. Yo digo, simplemente, que en todo caso lo que hay son brujos geniales.
Abrazo
Que tergiversas citas, haces atribuciones equivocadas, lees mal y haces interpretaciones abusivas no es «mi modo de ver las cosas»: está probado una y otra vez en toda esta discusión: el lector con buena memoria o bastante curiosidad puede verlo y no voy a repetirme. Un solo punto: es absurdo decir que, en el caso de la polémica sobre la acusación de Salazar Mallén, Paz «matizaba su escándalo», pues en ese caso el acusado era él. La ironía de su respuesta responde a la desmesura de la acusación, que cualquiera que lea los textos de Salazar Mallén, y el contexto en que se producen, puede advertir. Es obvia la ironía cuando Paz dice que sus fuentes secretas son «unos artículos de Salazar Mallén, que nadie recuerda, y un libro de Samuel Ramos, que todo el mundo conoce»: las fuentes secretas del Laberinto son muchas, de la Biblia a Heidegger y Jorge Cuesta, y la reelaboración de ideas previas en que consiste todo ensayo de pensamiento no puede hacerse sino por vía de la paráfrasis, como sostuvo Montaigne. Ese improbable lector con buena memoria o curiosidad del que hablo puede ver también que yo mismo argüí que la práctica parafrástica de Montaigne era un ataque al argumento de autoridad, no una negación de la autoría. Que los vínculos entre una y otra sean estrechos no implica que sean lo mismo, y de ahí el error de equiparar plagio y robo. Un texto es de alguien no en el sentido de que lo posea como un bien, sino de que se le atribuye como un hecho. Reconocer la autoria no es defender la propiedad.
Justo por lo que dices, el que secuestra textos no le roba nada al autor. A menos de que quiera suplantarlo, no le quita, tan solo omite (por ejemplo, darle el reconocimiento). De allí que no siempre el plagiado se moleste o alarme. (Hasta donde sé, ninguno de los plagiados por Alatristre se sintió robado.)
Algunos puntos:
O todas las interpretaciones son abusivas o ninguna la es. De nuevo: ¿en qué momento empieza lo legítimo? ¡Tu forma de razonar es siempre en clave moral!
Con la misma suficiencia que tú, podría decir que está demostrado en lo anterior que Montaigne estaba pensando también en diluir la autoría (entre otras cosas para no escudarse en la autoridad). Las otras «evidencias» que expongo las pasas por alto porque no encajan con lo que te aferras en decir.
El ejemplo de Paz es nítido: se vuelve irónico (y a veces quizá cínico), cuando la polémica cambia de signo y de personajes. Plagiar, como los malos modales en la mesa, depende quién está comiendo y del lugar y tiempo en que se da el banquete.
Atribuirle una frase desmesurada a Borges, que inventó personajes para atribuirles frases e hizo como si muchos libros no escritos existieran para entonces compendiarlos, era desde luego una provocación. (Como eran provocaciones sus parodias, sus parábolas.) No sé si era una atribución muy feliz; el caso es que, como provocación, aquí nos tiene, mi estimado, dándole vuelo a la hilacha.
Abrazo
Nunca, en toda esta discusión, he dicho que el que plagia le roba algo al autor, ni la molestia del plagiado es algo que me haya interesado, pero es claro que si los plagiados por Alatriste no se molestaron es porque o están muertos o no se han enterado. Los apologistas del plagio son los que suelen equiparar plagio y robo, para luego descalificar la equiparación.
El afectado, en el plagio, es en primer lugar el lector. A mí, como lector, me importa saber quién es el autor de lo que leo.
Decir que todas las interpretaciones son abusivas es un simpleza. La discusión sobre el límite de lo interpretable no es moral: es semántica. Sobre eso han escrito mut largamente Charles Peirce, John Searle, Umberto Eco o, más cerca de nosotros, Tomás Segovia.
Atribuirle una frase desmesurada a Borges no era una provocación, Luigi. Fue un error de lectura de tu parte. De nuevo, quien relea o tenga buena memoria lo advertirá. Quien relea también los ensayos de Salazar Mallén y el Laberinto verá que la acusación de plagio es insostenible: hay reelaboración de ideas, no copia ni paráfrasis.
¿Te parece muy simpático que una atribución falsa aquí hecha por ti por error sea lo que haga seguir esto? Qué pereza.
La única razón de que haya dicho que toda interpretación es abusiva era a manera de respingo ante el facilismo con el que acusas a los otros de interpretaciones abusivas.
A los autores que enlistas sobre los límites de la interpretación se podría añadir el de Barthes, Northrop Frye, Derridá y el propio Carliiitos Pereda. En muchos de esos acercamientos al problema, por cierto, se discute hastá qué punto cabe hacer de las intenciones del autor el eje de la crítica, cosa que, para mí, es central en el tema del plagio.
Lo que es un abuso (y ninguno de esos autores podría venir a tu auxilio) es repetir, como una marioneta al que Dios jala solamente de un hilo, la frase «tu interpretación es abusiva», porque ¡justo de eso se trata la discusión!
Ese facilismo, que es frecuente en quien quiere tener la razón a toda costa, antes de llegar a algún lado (sea el consenso o La Verdad, o por lo menos a afinar nuestras preguntas), se expresa en toda tu actitud (iba a decir estrategia, pero…).
Sí, en esto coincido contigo, ¡qué pereza!: «El plagio, o lo que sea que se esté discutiendo, es como yo lo veo, y todos los que discrepen están leyendo mal, son abusivos, etcétera.»
Finalmente, ya te lo había indicado pero lo repito: en el libro de «Borges» de ABC en el que tan ágilmente te mueves (p. 234-235) puedes encontrar una especulación de ambos sobre las motivaciones de los plagios de Stendhal. Es interesante porque A) están enfocando el asunto en términos de la intención del autor; B) dan buenas razones para pensar que, aunque de secuestros textuales se trate, sería una práctica razonable dado el proyecto de Stendhal (sí son plagios pero se justificarían) y C) no dejan de extrañarse cuando Stendhal plagia descaradamente para atacar a Goethe, cosa que éste descubriría de inmediato, pues si un autor recuerda algo son los ataques en su contra.
En una sola página, una gama de posiciones frente al plagio que, creo, ilustran perfectamente que no basta decir «esto es plagio» para que parezca que todo está dicho y nos entreguemos unánimemente al escándalo y al linchamiento.
(A propósito: la atribución a Borges era una atribución desmesurada, con la intención socarrona de molestar. Que no me acordara (ojo: posteriormente) si la había leído en Perromat o en Ulalume citada por Perromat no viene a cuento. Era una frase excesiva simplemente para plantear uno de los extremos de la discusión.
¿Es necesario que diga que te entregas alegremente a hacer atribuciones falsas en Tweeter? Pero, claro, éstas sí son simpáticas, mientras que cualquier otra…).)
Sayonara
Curioso que usted, mi respetado pero no tan admirado Sr. Asiain, haga referencia a Tomás Segovia, a quien justamente Paz acusó en su momento de plagio (cosa que, si no me cree, puede consultar aquí: http://www.jornada.unam.mx/2012/02/22/opinion/021a1pol). Y curioso digo solamente sin necesidad de que eso implique o no alguna acusación o interpretación tendenciosa.
Toda interpretación está contenida dentro de un determinado campo semántico, sí, pero también es verdad que los códigos que rigen dicho campo son -queramos o no- acaso inherentes a un determinado pensamiento moral.
Me parece que el argumento del Sr. Amara -igualmente respetado e igualmente no tan admirado- de que es el la acusación de plagio, por así decirlo, movediza es, si bien entiendo, acertado. Se señala bajo el rigor de ciertos argumentos la comisión del delito moral sólo en ciertas circunstancias y tomando como referencia sólo una conveniente definición de plagio. Curiosa paradoja, pues resulta que caemos de nuevo en la categorización moral de las definiciones. ¿Por qué usar solamente una definición de plagio que me conviene?
Otra cosa que vale, acaso, la pena traer a cuenta es que hasta ahora no se ha demostrado ningún plagio en la obra dual que fue premiada a Alatriste. ¿Y esto por qué sería relevante? Porque, nuevamente, se está fusilando moralmente a un autor que es privado, en consecuencia, de acceder al correspondiente premio no porque haya algún caso claro de plagio en la obra escogida por el jurado sino porque el autor osó cometer plagio en algunos artículos y otros textos aparentemente -suyos-.
Pienso que ustedes dos son dos tipos difíciles; difíciles, pero inteligentes. Si pudieran abrirse un poco más al diálogo y a la autocrítica en lugar de encaminarse hacia la mutua descalificación podrían, quizá, encontrar una definición menos cargada de moral de lo que es o no es verdaderamente un plagio, ya que hasta ahora pareciera que el plagio existe sólo si al que lo señala le parece existente y si éste tiene un peso social relevante que pueda exhibir y sustentar dicho plagio.
La discusión, pienso, debe extenderse y no reducirse como pareciera que es el caso.
No veo qué tiene que ver el chisme del señor Steiger, él mismo plagiario comprobado y a quien no doy ningún crédito respecto a una historia a cuyos dos protagonistas conocí muy de cerca, con lo que Tomás Segovia ha escrito sobre los límites de la interpretación y que contradice, por cierto, lo que usted vagamente («es verdad que… acaso», dice) opina. Pero supongo que no lo ha leído, como tampoco ha leído toda la discusión en la que de pronto interviene, pues ignora que desde el principio estuve de acuerdo en que la definición de plagio puede ser movediza en cada caso, lo cual no implica que sea inoperante. Como tampoco ha leído usted lo escrito sobre Alatriste y sus plagios, pues alega que no se ha demostrado que existan en las obras premiadas. Infundadamente. Pero es tan conocida la publicación del caso que se la dejo de tarea, con todo lo demás. Que el plagio exista solo para el que lo señala es parecer de usted, y es un disparate. La copia literal no acreditada de lo escrito por otro autor al que no se le da crédito (como la practicada repetidas veces por Alatriste en sus artículos y aun en su novela) es plagio.
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