El blog de Aurelio Asiain

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Mes: enero, 2012

Soy Cuba

 

Soy Cuba, filmada con fines de propaganda por Mijaíl Kalatozov en catorce meses de 1963 y 1964, con la crisis de los misiles en medio, fue mal recibida en La Habana por estereotipada y en Moscú por su falta de espíritu revolucionario, y cayó en un olvido casi total (porque Tarkovski la cita en El sacrificio) durante treinta años, hasta que Guillermo Cabrera Infante la rescató en 1992, para regocijo de Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, que la juzgaron una obra maestra. Esta famosa secuencia, una sola toma de 3 minutos y 22 segundos en lo alto del hotel «Capri», en La Habana, basta para explicar ambas reacciones.

En YouTube hay varios fragmentos de la película, que aquí puede descargarse completa. 

¿Cómo se mueve una nariz?

¿Cómo se mueve una nariz?

 ¿De dónde salen las ideas? Para William Kentridge, que aquí conversa con Paul Holdengräber, de la exploración del absurdo.

El mito del fracaso japonés

Eamonn Fingleton, uno de los primeros críticos de la financialización de la economía mundial y quien predijo tres años antes la crisis de la economía japonesa de 1990, publicó el 6 de enero pasado en The New York Times un artículo en el que acumula datos que contradicen El mito del fracaso japonés y parecen indicar que durante las dos “décadas perdidas” desde que estalló la burbuja financiera no solo la economía de Japón se ha manejado mejor que la de los Estados Unidos sino que la sociedad japonesa ha mostrado signos de un bienestar creciente, que en la sociedad norteamericana se ha venido abajo. El artículo mereció un comentario de Paul Krugman: el desempeño de la economía japonesa no ha sido tan bueno como Fingleton da a entender ni tan malo como suele pensarse, ha mejorado notablemente después de 1990 y es mucho más sano, sobre todo, que el de la economía de Estados Unidos. “Nos estamos manejando mucho peor de lo que los japoneses lo hicieron nunca”, concluye Krugman.

Sobre la nueva edición de «Blanco»

La edición multimedia de Blanco de Octavio Paz preparada por Marie-José Paz y Enrico Mario Santí y publicada hace un mes por El Fondo de Cultura Económica y CONACULTA como aplicación para iPad se ha descargado hasta la fecha 8,000 veces. Ninguna de las ediciones impresas del libro vendió tantos ejemplares en los 45 años que han pasado desde que se publicó la primera en 1966. Ese buen éxito se explica en parte porque la descarga es gratuita (la de The Waste Land que apareció unos meses antes y fue el modelo o la incitación de esta cuesta quince dólares), y que lo sea no deja de sorprender, porque esta nueva edición es varios libros en uno y más que una suma de libros.
A cambio de librarnos o privarnos del papel, la aplicación incluye grabaciones, vídeos, fotografías, una crestomatía de muchas páginas y varios libros más. Todo lo cual enriquece, facilita y vuelve más atractiva la lectura del poema, que ahora puede leerse por primera vez como fue concebido: en una sola página continua sin pliegues (pero siempre limitada a las dimensiones de la pantalla, una desventaja frente a la edición original, encuadernada en acordeón a la manera china y japonesa), en silencio o siguiendo las voces del propio Octavio Paz, Eduardo Lizalde y Guillermo Sheridan, alternadas y concertadas o por separado, según prefiera el lector. La funcionalidad del dispositivo de lectura que permite abordar independientemente, como poemas autónomos, cada una de las columnas que integran la obra, tiene sin duda la virtud de presentar el mecanismo de lectura postulado por el poema de un modo más eficaz que la versión impresa. Blanco se lee ahora mejor que nunca.

Además del original la aplicación incluye las notables versiones al inglés de Eliot Weinberger y al portugués de Haroldo de Campos, ambas imprescindibles en cualquier historia de la traducción poética en el siglo XX, la recreación pictórica de Adja Yunkers, la adaptación musical de Richard Cornell (de la que se recoge solo un fragmento) y las filmaciones para la escena del propio Octavio Paz, con imágenes fijas, y de Frederic Amat, puntuación pictórica de vigorosos trazos cambiantes en continua metamorfosis. Cada uno de los avatares del poema, de sus recreaciones en otras lenguas y otros lenguajes, es una interpretación y una vía de acceso a ese centro cambiante: el blanco del título. Reunirlos en una misma publicación es en sí mismo un ejercicio crítico, una incitación a leer de diversos modos, desde distintas perspectivas, en múltiples sentidos, enriqueciendo la comprensión y el goce lector.

No otra es la función de la crestomatía. Recupera dos ensayos largos: uno de Haroldo de Campos sobre “Octavio Paz y la poética de la traducción” y otro de Enrico Mario Santí sobre el sentido general del poema, y uno más breve de Eliot Weinberger sobre “Octavio Paz en la India”. La completa con material audiovisual (vídeos ya extraídos de programas de televisión, ya grabados ex profeso), la reproducción de tres libros (los Discos visuales y los Topoemas que hizo Paz con Vicente Rojo en 1968 y 1971, más la traducción de Un coup de dés de Jaime Moreno Villarreal), una “Galería de imágenes” fijas y en movimiento, una cronología y —para mí la parte más emocionante, con mucho, del conjunto— los facsímiles de los sucesivos borradores manuscritos del poema. Se trata pues de una edición que aprovecha la publicada en 1995 por las Ediciones del Equilibrista, la antologa y la enriquece notablemente con material gráfico y audiovisual, en parte documental, en parte obra artística original, si bien suscitada por el poema.

And yet, and yet… algunas cosas se echan de menos. Falta la edición crítica que es el atractivo principal de la aplicación de The Waste Land, en la que con poner un dedo sobre cada verso se abre la nota pertinente. También sería bueno que los textos de la crestomatía estuvieran en tipografía móvil, no en fotografía, de modo que pudieran subrayarse, anotarse y comentarse como cualquiera de las ediciones para Kindle. La sección de comentarios audiovisuales podría sin duda mejorarse: las entrevistas preparadas ex profeso para la edición son flojas, y menos interesantes que el material documental. Y habría que corregir un par de erratas en el poema y en los créditos (donde Eliot Weinberger aparece con ll), y un detalle curioso de la grabación del poema: el verso final de cada una de las secciones de la columna central que lee Octavio Paz es mudo (de modo que quien esté escuchando sin seguir el texto se los pierde).

Pero estas nuevas ediciones tienen la ventaja de que las correcciones y modificaciones que introduzca el editor se incorporan al ejemplar de cada uno, con descargar la actualización.