El blog de Aurelio Asiain

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Mes: agosto, 2014

Tres poemas de Nathalie Handal

GAZA

En la pequeña franja
agujeros oscuros tragaban corazones
y un niño le dijo a otro
aguanta la respiración
cuando el viento nocturno
ya no sea el país de los sueños


GENTE DE GAZA

Morí antes de vivir
Viví una vez en una tumba
que no es bastante grande, ahora me dicen,
para todas mis muertes


PIECECITOS

Una madre ve a otra
—un mar de cuerpecitos
quemados o decapitados
las rodea—
y pregunta:
¿Cómo lloramos esto?

Trad. a.a

Three Poems for Gaza, aparecieron el 29 de julio en World Literature Today

Herzog y Deltoro: pollos y gallinas

Jesús Silva-Herzog Márquez nos recordó hace días una entrada de su blog que señalaba el video en que Werner Herzog despotrica contra los pollos,

Werner Herzog on Chickens from Tom Streithorst on Vimeo.

y a mí, como la primera vez que lo vi, me recordó los poemas de Antonio Deltoro sobre las gallinas en su primer libro, Algarabía inorgánica (una plaquette de La máquina de escribir de Federico Campbell que fue también el primer libro sobre el que escribí una reseña, en 1979):

ÁNGELES COBARDES

Tienen alas y no vuelan. Su mirada estúpida y cruel, su grotesco y ridículo estar aquí. Desterradas del infierno, insoportable su mezquindad para los seres grandiosos y soberbios. Ángeles caídos con las alas atrofiadas por la impotencia. A ciegas, sin saberlo, buscan con el pico sus infernales orígenes. Condenadas por su cobardía a la superficie, llevan en su carne, carne de gallina, el castigo. Muchedumbre de soledades en el corral que en venganza se matan a picotazos. Demonios desterrados, ángeles caídos, tienen alas y no vuelan, condenados por su cobardía a la superficie.


NOCTURNO DE LAS GALLINAS

En el corral vecino matan a una gallina. ¿Cuántas habrán muerto esta noche? Ahora es un cerdo el que se queja del cuchillo. Noche de insomnio en la que se adivina entre las mantas la intemperie del frío. Noche en la que la muerte se cuela, entre las mantas, como un anticipo.

Ayer mismo, mientras cenábamos entre muchachas rubias, en la mesa vecina, el silencio y el grito se daban de picotazos. Una pareja ya metida en la edad, se clavaba una y otra vez en la náusea y en el infarto. Él, rojo, gritaba con los ojos inyectados, llenándose el buche con grandes trozos de carne, había un gesto estúpido y cerril en su rostro gallináceo. Ella, triste y cruel, calva de plumas, no le miraba, silenciosa, aguardaba  a que estallara. Él lo sabía, le hería su silencio, que era la envoltura perfecta del odio, su silencio presagiaba hemorragias.

Ahora otro cerdo es degollado. ¿Y nosotros, que pendemos del dolor, cabezas de cerdo atravesadas por un ojo por el gancho de la sorpresa, cómo sentimos todavía los picotazos? ¿Y ustedes, qué hacen ahí, entre las muchachas rubias y el degollado?