El blog de Aurelio Asiain

Todo lo que está aquí ocupa más de 140 golpes de teclado.

Sholeh Wolpé: Es un mundo de hombres

Es un mundo de hombres

Soy mujer. Eso es todo.
Es pecado mirarme:
por eso llevo un velo.
Mi voz tienta y yo debo
guardar silencio.
Es un crimen el pensamiento
y otro los libros: su alimento.
Tengo que soportarlo todo
y morir sin escándalo
sin una queja.
Solo entonces
me admitirá Dios a su lado
y tendida en el mármol de una nube, desnuda,
pondré uvas en la boca de los santos,
serviré vino de doradas urnas,
les hablaré de amores al oído.

*

Sholeh Wolpé
Versión de Aurelio Asiain

Sholeh Wolpé nació en Irán (1962) pero creció en Trinidad y en Gran Bretaña, vive en Los Ángeles y escribe en inglés. Lo primero suyo que leí fue Sin, espléndida antología de Forugh Farrokhzad, la mayor voz poética iraní (preferiría decir: persa) de nuestra época. Casi inmediatamente después, su antología de poesía iraní en el exilio: Forbidden. En fin, los poemas de Keeping Time with Blue Hyacinths, su tercera colección. Está por aparecer una selección de su obra poética en México. Ya se puede preordenar en Amazon su versión de The Conference of Birds, el gran poema de Attar, que se publicará en marzo de 2017. Este poema, que publico con autorización de la autora, es el que eligió Sheema Kalbasi para abrir su The Poetry of Iranian Women.

Geoffrey Hill en versión de Gabriel Zaid

RESPúBLICA

 

Aguda, estridente,
cívica, fanfarria
del desorden. Es
nuestra bandera.

Desatada insolencia
de sumarse
sin distinguirse. Heroismo
de la multitud

gastado en una bronca,
testimonio último
desde hace siglos
que se le concede

como una amnistía.
Y otras lealtades
y enterezas
rotas al invocar

entre jadeos
la cosa pública,
sus leyes arcaicas,
el himnario de goyas.

Y la esperanza en ruinas
tantas veces traída
gloriosamente
desde el más allá.

Murió antier, nacido en 1932, el poeta inglés Geoffrey Hill. En 1994 había aparecido una edición de sus Collected Poems y me atreví, porque advertía las resonancias, a pedirle a Gabriel Zaid que tradujera para Vuelta uno de sus poemas. Su versión me sorprendió, no por la eficacia —que era de esperarse— sino por la libertad de la apropiación. El poema es un cuerpo rencarnado, desde el primer aliento hasta la felicidad del “himnario de goyas” en la penúltima estrofa y el eco, al abrirse la última, de la Lectura de Shakespeare del traductor.

La versión de Zaid apareció en Vuelta en febrero de 1995. La versión de Geoffrey Hill puede leerse en el sitio de Poetry Foundation.

Claude-Michel Cluny: Kôya-san

Muy arriba, muy lejos, encontrarán un pueblo de piedra encaramado, un pueblo gris que se amontona bajo las criptomerias y los helechos gigantes. Un pueblo impávido y frío, que no se mueve. O que ya no se mueve. Definitivo. Sentado en los escalones del infinito. Tenderse o quebrarse, no es algo que le preocupe. Se diría ocupado en mascar y escupir la neblina, indiferente a los desórdenes de sus cimientos y al tumulto del mundo. ¿Pero sólo la voz de los gongs —burbujas cobrizas que suben del fondo de los años y vienen a morir aquí en el silencio—, sólo la voz de los gongs habla del mundo?
Se accede a su ámbito a través de un valle bordeado por la inutilidad de las linternas vacías y los altares sin ofrenda. Al otro lado el pensamiento alimenta grandes cuervos piojosos. Por él roban. Le entregan dócilmente, para compartirlas, la paja y la corteza insanas del más allá.

Claude-Michel Cluny / aa

Hace años colaboré en la tradución de un librito precioso de Claude–Michel Cluny, hoy inconseguible: Los Osoletas (Ediciones Heliópolis, México, 1995). Esta página pertenece a sus Poèmes du fond de l’œil. Tomé la foto en Kôya-san el 4 de abril de 2004.
Publicado antes aquí.

2015/01/img_2143.jpg

Donald Justice: A los cuarenta

A los cuarenta
aprenden a cerrar sin hacer ruido
las puertas de los cuartos
a los que nunca volverán.

Detenidos en el rellano, sienten
que ya se mueve igual que la cubierta
de un barco,
aunque es leve el oleaje.

Y en lo hondo del espejo
vuelven a ver el rostro del muchacho
que en secreto practica el nudo
en la corbata de su padre

y el rostro de ese padre,
que aún cobija el misterio de la espuma.
Son más padres que hijos ya ellos mismos.
Algo los colma, algo

como al ocaso el vasto vocerío
de los grillos que colma el bosque
a los pies de la cuesta a las espaldas
de sus casas hipotecadas.

DONALD JUSTICE,
versión de Aurelio Asiain

(Aquí, la versión de Pedro Poitevin)
_________________________________________

Cuervos en invierno

Los agentes de pompas fúnebres
se reúnen en nuestros árboles.
Celebran el acuerdo con sus cláxones:
las cosas pintan bien.
Campos nevados: significan
un paisaje de limpios esqueletos.
El Mar de la Tranquilidad
que se extiende por la ciudad.
Excavado, grabado
saber de tumba o mina
en el aire bituminoso.
Los regocijan los primeros
rosas cosméticos del alba.
Hablan de cementerios que se extienden
y de bienes raíces.
Cras, dicen,
y el rumor se repite
entre las ramas blancas.
La muda espina del viento
se ocupa de los detalles,
y promete con dulzura
tomar nuestro último aliento.

ANTHONY HECHT,
versión de Aurelio Asiain

cuervos en invierno

/home/wpcom/public_html/wp-content/blogs.dir/4b5/1254041/files/2015/01/img_1901.jpg

Tres árboles y un bosque

hayashi

Este cartel de Ryuichi Yamashiro (1920-1997) para la exposición Graphic ‘55 es un clásico del diseño gráfico japonés y una obra maestra de varias artes: la imagen de un bosque hecha con sólo tres caracteres pictográficos: 木, árbol; 林, arboleda; 森, bosque. Es innecesario aclarar que del primero se derivan el segundo y el tercero, multiplicándolo. No lo es advertir que el número de caracteres realmente pictográficos entre los kanji, y sobre todo de los aún reconocibles de inmediato, es muy reducido y el caso de una imagen que a la vez puede verse y leerse, como esta, es bastante excepcional. El original, en seda, 1052 x 740 mm, está en el MOMA de Nueva York.
Hace un par de años, conversando con Iván Trejo, entonces editor de Posdata, sobre posibles portadas para mi libro La fronda, recordé la imagen de Yamashiro y se la mencioné. Lo que hizo el diseñador de Posdata Editores, Óscar Estrada, me dejó encantado. Sobre todo después de que una amiga japonesa, al ver la portada, me preguntó: —¿Es bilingüe? —Solo en la portada. Quienes no lean japonés verán un sobrio diseño abstracto. Pero ahí hay tres árboles y un bosque.

La Fronda Portada

 

El libro no está en las páginas de la editorial pero sí, me dicen, en algunas librerías. Aquí hay un reseña de Christopher Domínguez, aquí otra de alguien que firma como Soydeaire, y aquí una entrevista al respecto con Daniel Barrón.

Mark Strand (1934-2014) en versión de Gerardo Deniz

LA POESÍA NARRATIVA

Ayer, en el supermercado, alcancé a oír a un hombre y a una mujer que discutían acerca
de la poesía narrativa. Decía ella: “A lo mejor todos los poemas llamados narrativos no
pasan de ser irónicos y sus acontecimientos revelan nada más lo empobrecidos que estamos,
en qué medida vivimos, como utopistas sin esperanzas, para el fin. Muestran que
a nuestras vidas las invalidan nuestras necesidades, sobre todo la necesidad de continuar.
He acabado creyendo que la narrativa nace del aborrecimiento a uno mismo.”

Dijo él: “Lo que me inquieta es la narrativa que no proporciona un marco coherente
para medir la transición temporal o espacial, la narrativa donde el héroe viaja, creyendo
avanzar cuando que en verdad esta quieto. El se vuelve el único empalme, la encarnación
de la narración, su terrible autoengaño, la pesadilla de su propia irrealidad.”

Quise recordarles que el poema narrativo ocupa el puesto de un relato ausente y se
la pasa absorbiendo la ausencia de éste, por así decirlo, y al mismo tiempo abandonando
su propia presencia a las atroces soledades del olvido. El relato ausente es aquel, quise
decirles, en el cual nuestro destino está escrito. Pero antes de que pudiera hablar ya
se habían ido.

Al llegar a casa, mi hermana me estaba esperando, sentada en la sala. Le dije: “Sabes, manita, se me acaba de ocurrir que algunos poemas narrativos se mueven tan de prisa
que no hay manera de guardar su paso y no queda sino imaginar su marcha. Parecen
los más vivos y son los menos reales.”“Sí -contestó mi hermana-, pero ¿no has pensado
que algunos poemas narrativos van tan despacio que nos la pasamos adelantándonosles,
imaginando lo que podrían ser? ¿ni se te ha ocurrido que éstos tienden a ser escritos
en la juventud?”

Luego recordé aquel verano en Roma, cuando me convencí de que los relatos en que
interviene la memoria se frustran solos. Hacía calor y me di cuenta de que la memoria es
un monumento en memoria de sucesos que no lograron sostenerse hasta el presente;
de ahí que la memoria esté teñida de lástima y que su música siempre suene a endecha.

Entonces sonó el teléfono. Era mi madre, para preguntarme qué hacía. Le conté que
estaba trabajando en una narración negativa: la que se niega a empezar porque el comienzo
carece de sentido en un universo infinito, y se niega a acabar por la misma razón.
Toda ella es un tramo central reprimido, una conjunción inenunciable e inagotable. “Fíjate,
mami -dije-, es como la narrativa que se rehúsa a enmascarar la esencial y universal
quietud, de modo que restringe sus comentarios a lo que nunca sucede.”

Mi madre dijo entonces: “Tu papi me hablaba mucho de la poesía narrativa. Decía que
era una mujer vestida de largo y que llevaba flores. La roja cabellera caía leve sobre sus
hombros. Decía que la poesía narrativa solía pasar en primavera y hacía intervenir a un
hombre. La mujer se acercaba a su casa, hacía una seña al hombre con la mano y dejaba
caer las flores. Esto -continuó mamá- parecía indicar la falta de objeto de la poesía narrativa.
Dondequiera que estuviese la mujer, sembraba simientes de desapego.”

“Mami -arriesgué-, lo que llamamos narrativa no es más que sumisión a las
insufribles pretensiones del predicado con respecto al futuro; fomenta la prolongación,
florece en otro predicado. ¿No crees que las nociones de cierre descansan en
nuestro anhelo de un predicado yermo?” “Tienes toda la razón -dijo mi madre-,
no hay otra manera de ver esto.” Y colgó.

MIEDO A LA NOCHE

según Leopardi

Alceto: Déjame contarte, Meliso,
pues ahora, al ver la luna,
recuerdo lo que soñé anoche.
Estaba en la ventana, mirando al cielo
y de pronto la luna se caía.
Directa, sobre mí, más cerca siempre
y más, hasta estrellarse
como un tazón, al lado de la casa.
Entonces echó a arder, luego silbó
como un ascua que tirases al agua.
Ennegreció, se achicharró la hierba
y así se apagó la luna.
Pero no fue esto sólo,
pues al mirar a lo alto vi un boquete en lo negro.
Era el agujero dejado por la luna
al caer desde el cielo.
Como te lo cuento, Meliso.
Me aterraba, y aún sigo.
Meliso: ¿Y cómo no has de estarlo? Al fin y al cabo,
la luna pudiera caerse cualquier día.
Alceto: Es verdad, ahí tienes las estrellas;
todo el verano están cayéndose.
Meliso: Pero es que estrellas hay montones
y si caen unas cuantas nada importa.
Quedan siempre millares.
Sólo que luna no hay más que una en el cielo
y nadie la vio caer si no fue en sueños.

SE LA VITA È SVENTURA…?

para Charles Wright

¿Dónde estaba escrito que hoy
me asomaría a la ventana y, por ser verano,
pensaría en aire tibio llenando altas salas flotantes de árboles
con los olores mal casados de hierba y alquitrán; que dos abejas alocadas
darían vueltas persiguiéndose a la sombra, que un muro
de nubes borrascosas se elevaría al este,
que hoy —precisamente hoy— un hombre, afuera, recobraría aliento.
donde pudo ser visto y, echando atrás la cabeza,
dejaría escurrirle dorada luz por la cara vuelta a lo alto
y que un desconocido que surgió quién sabe de dónde, de súbito
sacando una navaja lo rajaría, del vientre al esternón,
haciendo que aquel momento ante mi casa le fuera el último? ¿Dónde estaba escrito
que el mundo, apiadador a fin de cuentas, se abriría
para dejar pasar la forma borrosa del asesino
que huía de allí, en tanto la víctima, caída
de rodillas ya, sentiría el calor de su ser entero volverse
una nube breve, traslúcida, deshilachándose apenas formada?
¿Que dos ojos sin vista sustituirían su mirada de asombro;
que pese a su voluntad -me pareció- de sobrevivir, entrar
nuevamente en la inalcanzable esfera de la luz, continuaría
cayendo y los vecinos, empezando a llegar,
acecharían lo oscuro de su cuerpo, al mirarlo desplomarse
en su herida, como una mosca o mota, tornarse
parte infinitesimal de la noche, donde la deriva
de sueños y las ruinas de estrellas, con el mismo destino,
obedeciendo iguales reglas, al descender, se asemejan?
¿Dónde estaba escrito que aquella noche se extendería
inscribiéndose oscuramente por doquier o, puesta así la cosa, dónde
estaba escrito que nacería a mí mismo una y otra vez,
como ahora mismo, como todo en este instante,
y sentiría el caer de la carne en el tiempo, la sentiría girar
sin ruido, lenta, como enderezándose, hasta quedar como es debido?

CENTO VERGILIANUS

Y así, pasando bajo la bóveda del ancho cielo,
empujados por tormentas y mares encrespados, llegamos,
preguntándonos a cuál orilla del mundo
éramos arrojados. Un aullar de perros
se oía entre el crepúsculo,
y sobre las tumbas el ruido mugiente
que hace un fuego de hierbas cuando el viento lo azota;
y más tarde, desde patios gélidos,
se alzaron los lamentos agudos de mujeres
hacia las calladas estrellas de oro.
Primero no echamos a faltar las ciudades de que partimos-
las casas pintadas de rosa y verde, los cisnes comiendo
entre las cañas del río, los aguaceros de luz veraniega
barriendo las tierras de pastos.
¿Y si hubiésemos esperado hallar a Apolo aquí,
entronizado al fin, y si un frío crispante
nos helara hasta el hueso? Habíamos llegado
adonde todo llora por cómo marcha el mundo.

Traducción de Gerardo Deniz,
Vuelta 140, México, 18 Julio de 1988

Mark Strand (1934-2014) en versión de Octavio Paz

EN CELEBRACIÓN

Estás sentado en una silla, nada te toca, sientes
cómo se vuelve el viejo un ser más viejo, imaginas
sólo la paciencia del agua, el fastidio de la piedra.
Piensas que el silencio es la página de más,
piensas que nada es bueno, ni malo, ni siquiera
la sombra que invade la casa mientras tú miras, sentado,
cómo la invade. Otras veces la has visto. Tus amigos
pasan tras la ventana, en sus rostros la marca de la pena.
Quisieras saludarlos pero no puedes ni alzar la mano.
Estás sentado en una silla. Te vuelves hacia la yerbamora
que extiende sobre la casa su red ponzoñosa.
Pruebas la miel de la ausencia. Es lo mismo.
Dondequiera que estés, es lo mismo que se pudra
la voz antes que el cuerpo o que se pudra el cuerpo
antes que la voz. Sabes que el deseo lleva a la pena,
la pena a la consumación, la consumación
al vacío. Sabes que estos es diferente, esto
es la celebración, la única celebración,
sabes que si te das entero a la nada
habrás sanado. Sabes que hay alegría en sentir
cómo tus pulmones preparan su futuro de ceniza,
y así esperas, miras y esperas: el polvo se establece.
Rondan la sombra las horas milagrosas de la infancia.

Y la estabilidad oliendo a establo

LECTURA DE SHAKESPEARE

(Soneto 66)

Asqueado de todo esto, me resisto a vivir.
Ver la Conciencia forzada a mendigar
y la Esperanza acribillada por el Cinismo
y la Pureza temida como una pesadilla
y la Inquietud ganancia de pescadores
y la Fe derrochada en sueños de café
y nuestro Salvajismo alentado como Virtud
y el Diálogo entre la carne y las bayonetas
y la verdad tapada con un Dedo
y la Estabilidad oliendo a establo
y la Corrupción, ciega de furia, a dos puños:
con espada y balanza.

Asqueado de todo esto, preferiría morir,
de no ser por tus ojos, María,
y por la patria que me piden.

GABRIEL ZAID, 1968

¿Sigue usted indignado, Señor Presidente?

NO HAY QUE PERDER LA PAZ

¿Sigue usted indignado,
Señor Presidente?
Mala cosa es perder
por unos muertitos,
que ya hacen bostezar
de empacho a los gusanos,
la paz.
Todo
es posible en la paz.

Gabriel Zaid, 1971