El blog de Aurelio Asiain

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Mes: diciembre, 2013

Preparación del banquete

Más comida. “Un bodorrio” es la primera de las tres partes de un romance costumbrista. Describe —apenas describe: es casi solo una enumeración golosa— la preparación del banquete.

UN BODORRIO


El comal está que se arde
de entrantes y de salientes,
arman gresca los muchachos
y arman trajín las mujeres:
se miran en los morillos
colgados trozos de reses,
y trajeron un carnero
para tan grande banquete.
Hay robustos guajolotes
que se engordaron con nueces
y hay a manojos los pollos
y cinco pares de liebres:
por allí baten tamales;
allá se hace el mole verde;
los pulques se confeccionan
por la gente que lo entiende,
y habrá de huevo y de tuna,
de apio y fresas, y con nieve;
por aquí chillan los pollos,
allá suenan almireces;
si las ollas roncan gordo,
alborotan las sartenes,
y se repican los cazos;
las cacerolas alegres
alternan con los metates
do las especias se muelen:
son volcanes las hornillas,
y hay humo y chispas que suelen
remedar de una batalla
la animación que conmueve.
Por un lado, en amplia rueda,
en el suelo se aparecen
los que parten los piñones
y los que parten las nueces;
Por el otro, palo en mano,
batiendo se desfallecen
los que la clara de huevo
tornan en turrón de nieve;
por allá pulcras pollitas
con leve mano guarnecen
los platones de cocada,
los gratos antes de leche,
y, con cucharón en mano,
desmelenada y con fiebre,
la directora de escena
frente al brasero aparece
como el genio de los guisos,
como un general en jefe
que grandes planes realiza
y que grandes masas mueve.

Una comilona de Guillermo Prieto

¿Habrá otro poeta mexicano en cuyos versos se coma tanto y tan sabrosamente como en los de Guillermo Prieto, quien celebró el mole de guajolote mucho antes que los estridentistas? Copio aquí, entre varios, este cuadro de costumbres: celebración de la comida y, más que la comida, el gusto y la lengua —la que habla y saborea y juega los juegos del antojo y el deseo—, nomás por el hambre que me dio releerlo.

 

CONVITE

—Acérquese, don Cirilo,
que este mole es de pepita;
háganle campo; tú, Rita,
platica con el siñor.
—Qué Dios bendiga lo bueno,
y a tanta preciosa niña.
—¿Blanco? ¿De almendra? ¿de piña?
—Del que me haga usted favor.

—Arrímate, Madalena;
usté por aquí, compadre,
entremedio de mi madre
lado a lado de fray Blas.
Por allí, frente por frente,
los señores de Palacio.
Usté, padre don Inacio,
¿por qué se ha quedado atrás?

Tú, Carlota, a los amigos,
buenos asientos prepara.
Tú que eres la melitara
hazle corte al coronel.
Allí te espera, Ponciana,
la mesa de los chiquitos,
por allá los pollos fritos
y las papas y el misté.

Que venga acá la cazuela
y el pavo con la lechuga:
¿le gusta a usté la pechuga?
—Eso, compadre, asegún.
—¿Usted pierna, padrecito?
una sola no es pecado.
—Que se calle el malhablado.
—La malhablada eres tú.

Óyense sonar los platos,
los vasos forman repique;
dejen que el pulque se explique,
y lo bueno se verá.
La risa incendia las almas;
con la bulla tiembla el viento,
retoza el entendimiento
de delicias en un mar.

Los chicos dejan sus puestos,
y corren armando gresca;
la olla de la chicha fresca
quiere apagar el calor.
Las tostadas esponjosas
entre los dientres se quiebran:
los más golosos celebran
los tamales de frijol.

Pepa, para los ausentes
prepara los bocaditos;
todo es frasca, todo gritos
y todo amistad y amor.

¿Qué fue el aplauso? Los chistes
entre la blanca nogada,
con sus granos de grananda
y su verde perejil.
Es el plato, la bandera
de la nación mexicana:
Dios bendiga a la poblana
que lo supo dirigir.

Esa de ojos de paloma
está redamando amores;
esa vieja con las flores
se siente reverdecer.
Celos, pasión, cuchicheo,
miradas que dan calambre,
y remedios para el hambre…
y ternezas a granel.

Ruge el placer con sus galas,
los corazones se llenan
de calor, los huesos truenan
y es fósforo cada cual.
Y Pepita, la señora,
la que comanda la fiesta,
anima, halaga, contesta
con su pimienta y su sal.

Escúchase en la cocina
estruendoso carcajeo;
el fraile exclama Laus Deo
cada vaso al apurar.
¡Bomba! Gritan. —Don Lupijo,
el de acontecida ropa,
en alto tiene la copa
y no le dejan hablar.

Al fin dice… “Pues yo brindo
porque en esta concurrencia
cada cual su conveniencia
busque con fuerza mayor.
Y que por fin y por postre,
cuando triunfe el dios Cupido,
cada quien tenga su nido
en el árbol del amor”.

Truena el aplauso en los aires
y se arrecia la jarana;
se escucha la alegre diana,
que la música llegó…
Después, después, no recuerdo
lo que al fin sucedería;
yo desperté hasta otro día…
y no sé lo que pasó.