La realidad de las palabras de Borges
por aurelio asiain
No es infrecuente que, a propósito del plagio, se citen frases de “Pierre Menard, autor del Quijote” y otras ficciones de Borges sin reparar en que el narrador que las escribe no es el autor del relato sino una figura también ficticia y a veces paródica. Tampoco lo es que se le atribuyan frases que nunca escribió, o que se tomen al pie de la letra opiniones ambiguas, irónicas o francamente bromistas. Vale la pena tener en cuenta lo que dice Kevin Perromat–Augustin en El plagio en las literaturas hispánicas: Historia, Teoría y Práctica, p. 685:
En el imaginario literario posmoderno, hay una figura de autor que destaca por aparecer regularmente en los textos críticos y por la influencia reconocida por los propios autores. En efecto, Jorge Luis Borges ha proporcionado las ficciones emblemáticas de la Posmodernidad: Aleph, Pierre Menard, “La muerte y la brújula”, etc. Los lugares comunes borgeanos presentan los efectos de toda estandarización esperable en la construcción de los topica, ‘bases’ argumentativas y figurativas del discurso. Estos procesos apuntan tanto a una estabilización formal, como interpretativa de los enigmas borgeanos, incluso al precio de la simplificación grosera, cuando no de la tergiversación. La divulgación exige claridad y concesión, con las dosis inevitables de silenciamiento y contradicción, que, en este caso, explican que se haya llegado a adjudicar a Borges posiciones apologéticas extremas del tipo: “Toda la literatura es plagio”. En este tipo de afirmaciones subyace una concepción a lo Bajtìn de “la Lengua —es decir las obras literarias— como un sistema de citas” que si bien no es enteramente falsa, requiere, como mínimo, algunas matizaciones.
La realidad de las palabras de Borges es siempre más comedida e irónica que la necesidad que sienten sus glosadores de evidenciar la paradójica radicalidad de sus propuestas fabulosas. Tomarlas al pie de la letra es tanto como creer en la existencia física del negro homónimo (que resumo, aunque podría citar literalmente, de manera un poco libre como: “el que escribe es el Otro”), revelado por el propio autor en el textículo “Borges y yor”, incluido en El Hacedor. La aporìa “toda la Literatura es plagio” procede —si obviamos las fuentes orales (Borges era un gran conversador y conferenciante)— con toda probabilidad del relato Tlön, Uqbar Orbis Tertius, donde se presenta la posibilidad de una distopía idealista, un mundo monstruoso, Tlön, donde la unidad de las ideas sobrepasa los accidentes materiales, con serias consecuencias para los libros y los escritores:
En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles —el Tao Te King y las 1001 Noches, digamos—, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres…

Borges y groupies
Las frases de los cuentos de Borges no las dice Borges, sino el otro Borges.
Nadie pensaría que lo que opina Mr. Hyde sea el parecer de Stevenson, pero lo importante aquí es que, en muchos de sus cuentos, Borges quiso poner en juego algunas de sus ideas y preocupaciones acerca de la copia y la originalidad. Antes de escribir “Pierre Menard” ya había confesado su aspiración de “ser” Cervantes y de “ser” Macedonio Fernández (a Borges lo acusaban de “coleccionar” en sus escritos párrafos enteros de Macedonio), como después Perec haría pública su intención de “ser” Flaubert.
El hecho de que haya llevado los recursos de la falsificación y el plagio a sus ficciones habla no sólo de su interés recurrente en esos temas, sino también de que allí, precisamente en la ficción, podía llevarlas hasta el extremo, como en el caso de “Pierre Menard”, donde presenta exactamente el mismo párrafo de Cervantes con un “en cambio” en el que cabe toda la discusión sobre la originalidad y el plagio (y donde de paso se le da la vuelta a la paradoja de Sorites que esgrimen los lógicos).
Frases como “no existe el concepto de plagio” (Tlön) o “no existe el plagio, toda la literatura es un entramado de citas (que, por cierto, el propio Kevin Perromat atribuye a Borges en la tesis doctoral que citas) son provocaciones, son aporías, que no por ser parte de un cuento o de una conversación dejan de tener su dinamita. Sí, hay que hacer matizaciones a la hora de traerlas a colación, pero querer neutralizarlas por ello, y en particular en un autor como Borges, que hizo de la crítica literaria una forma del cuento, es francamente una lectura muy limitada.
Gabriela Speranza, en su espléndido libro “Fuera de campo”, ha discutido a profundidad estos temas, conectando las preocupaciones de la copia y el plagio de Borges con las de Macedonio y con las de Duchamp (por cierto, una de su brújulas centrales para esclarecer esa relación fue Octavio Paz, gracias a su libro sobre Duchamp). Allí Speranza dice, por ejemplo, que la típica tensión entre repetición y diferencia con la que todo autor ha de lidiar (la “angustia de las influencias” bloomiana), Borges la resuelve de un modo ingenioso: “convirtiéndolas en el tema y la forma de sus relatos».
Speranza muestra que, gracias a Duchamp, “se vuelve visible la trama indiscernible de escritores y precursores, falsificadores y plagiarios, originales y copias que reúnen a Borges y a Macedonio y eclosionan en “Pierre Menard”. Hace ver que el mayor legado de Macedonio en Borges es la idea de que la originalidad es una falsa utopía, la actitud de sospecha y reserva frente a las nociones de la autoridad y autoría (resueltas en juego literario) y, en suma, la convicción que el verdadero escritor siempre es el otro.
Por su parte, Macedonio postula a Borges como una versión más lograda de sí mismo, y acepta que él, Macedonio, es una especie de Borges espurio. Las distinciones convencionales entre lo ajeno y lo propio en la literatura se desvanecen.
El propio Borges, que decía que imitaba a Macedonio “hasta el apasionado y devoto plagio”, tomaría de él la idea de los precursores (“Kafka y sus precursores”), a partir de frases de Macedonio como la siguiente : “Necesidad de una teoría que establezca cómo no es el segundo inventor sino el primero quien comete el plagio.”
Otras ideas de Macedonio que están en la base de la literatura de Borges según Speranza: “Es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la de primer copista de autor nuevo; “primera copia” es un género sancionado de la originalidad.” “El imitador o plagiario es un inocente abstemio de las comillas transcriptivas”. “Podría no sólo legitimarse esta conducta [el plagio] sino realizar una gran escuela, o mejor una revolución en el arte.”
(Sería un bello título: “La gran escuela del plagio”).
El procedimiento empleado por esta pareja revolucionaria de escritores podría describirse así: Macedonio escribía intuiciones desestabilizadoras y aporías sobre la identidad personal y la noción de originalidad y copia; Borges las realizaba en sus ficciones, convirtiéndolas, como era de esperarse, en literatura.
No «Gabriela» sino Graciela Speranza. «Fuera de campo. Literatura y arte argentinos después de Duchamp». Anagrama, 2006.
Mi abuela también detestaba a algunos actores por los personajes que habían encarnado. Era conmovedor. También es conmovedor que, en lugar de decir que la frase de Borges está en tal página, digas que Perromat también se la atribuye (en una página que tendrías que leer con más cuidado). Y luego la larga parrafada sobre Macedonio y Borges, ¿para qué? Para insistir en que todo es plagio. Porque eres tú quien se niega a matizar: se trata de que todo sea plagio y de que nada lo sea. O al revés, pero en cualquier caso borrando la diferencia.
Michael Maar publicó The Two Lolitas en 2005. En 2007, cuando se publicó el ensayo de Lethem (que juega a ser un plagio, sin serlo), también se publicó el libro de Posner sobre el plagio, que dice: «Aun si la copia fue deliberada, no fue plagio, no más de lo que lo fueron las copias de Shakespeare o, para hacer una comparación más apropiada, la gran elaboración que hizo Milton en El Paraíso Perdido de la historia del Jardín del Edén en el Génesis».
Copiar un argumento no es un plagio. Tampoco lo es la reelaboración de ideas de otros, que implica siempre un modo u otro de paráfrasis, sin la cual no habría transmisión de pensamiento, ni al fin y al cabo cultura. Esa idea está en Montaigne, como también desde luego la oposición a la rigidez escolástica (parecida a la de Zaid, por cierto, que también se ha burlado de la manía citatoria), y está en Paz, cuando dice irónicamente que su fuente secreta fue Salazar Mallén; ve su reproche a Elías Trabulse, “Plagio, toga y birrete” (Obras Completas, tomo II), si te empeñas en pensar que era un apologista del plagio.
Pero de la constatación trivial de Lethem de que la cultura es precisamente eso, “un espacio de tráfico permanente de influencias, préstamos, plagios sutiles, otros descarados” (resumen de ustedes), deducir con él que por lo tanto todo ha de llamarse plagio (legítimo, pero con el aura transgresora del termino), es una simplificación grosera.
Sí, Borges, que encontraba que la religión era una rama de la literatura fantástica, hacía literatura con ideas fantásticas que luego otros, con igual fascinación pero sin ironía, se han tomado al pie de la letra para lanzar manifiestos que, con la muy conmovedora intención de elevar la discusión, no hacen sino aplanarla. Es muy simpático, como diría Guillermo (que ya advirtió que no alude así a Barthes, pero al que desde ya pueden acusar de Plagio).
Sería absolutamente ridículo, por ejemplo, llamar a esto un plagio:
http://bit.ly/ymmJ2j
Buenísmo: ¡Paladión es un paladín!
Lo que tiene aires de abuelita, si a esas vamos, es seguir escandalizándose por el plagio 150 años después de Lautréamont (y después de Duchamp, Macedonio, Borges, los situacionistas, el Oulipo, Vila-Matas, los mutantes, el Plagiarismo, etc.).
En Sheridan y Zaid se entiende (responden a consideraciones más generales, como la de un premio manchado por el amiguismo; un funcionario universitario que procede de modo faccioso); pero ¿cuál es tu interés de conservar esa idea fija?
La pregunta sería: ya que has reflexionado sobre lo que significa escribir con las nuevas tecnologías (por ejemplo Twitter), ¿se pueden mantener intactas las viejas categorías de la escritura (plagio, copyright, precursores, incluso autoría) en un contexto horizontal de mezcla, sampleo y copia permanente como el digital? ¿Cuáles de esas categorías se están transformando y hasta qué punto?
Querer distinguir entre el plagio y el préstamo, y todo con el afán de que haya una demarcación entre lo lícito y lo inaceptable, ¿no es como intentar salvar la «honestidad» de la metaliteratura? ¿No es empeñarse en construir diques de papel en medio de un maremoto?
Dices que la discusión está por los suelos; ¿será por eso que te gusta irte por las ramas?
Un abrazo
Pd. ¿Cómo que para qué la larga parrafada sobre Macedonio? Era, desde luego, para mostrar mi infinita erudición. De paso, y como incidentalmente, para decir que aunque las frases escandalosas no las diga textualmente Borges (Perromat refiere esa atribución, no la hace él) sí están desplegadas como provocaciones en su obra. A manera de juego literario, por supuesto, ¿pero no es de eso de lo que estamos hablando?).
Lo que es muy curioso es que inisistas en que sólo a ti los dioses te dieron antenas para captar la ironía.
Eres tú quien cree que distinguir entre lo que es un plagio y lo que no lo es implica escandalizarse (y quien insiste en meter bajo la categoría de plagio ejercicios que no lo son, de Lautréamont en adelante, para después argüir que es absurdo reprobarlos). Eres tú a quien le escandaliza la mera idea de que se pueda calificar de ilegítima práctica alguna, con el típico puritanismo del que acusa de moralista al otro.
Es una simpleza deducir que puesto que, pues las nuevas plataformas de publicación facilitan la copia y el intercambio, la noción de autoría desaparece. Quien escribió el tuit por primera vez lo escribió por primera vez aunque en un segundo diez mil lo reproduzcan sin comillas. Negarlo es igual que pretender que, puesto que en una manifestación decenas de miles corean una consigna, entonces ya no la escribió nadie sino que es una emanación del alma popular
Pretender además que decir eso es lo mismo que apelar al derecho de propiedad es no solo una tontería: es tramposo. Es la misma bobada del abogado de Alatriste, que arguye que, puesto que en el derecho de Autor el plagio no está tipificado, entonces nadie está autorizado a calificar de plagio sus operaciones. ¿Quién lo está acusando de infringir una ley? Nadie.
Es clarísimo que las leyes de propiedad intelectual son no solo inoperantes sino francamente absurdas en un contexto como este. Pero pretender que es eso de lo que se trata es no querer entender. Es, otra vez, simplificar.
Es un chiste arrogarse la autoría de un chiste.
Hay que ser en verdad muy romántico para creer con tanto brío en la originalidad.
¿Quién dijo que se le acusaba de infringir una ley sino tus fantasmas? Yo, al menos no.
¿Quién está hablando de chistes? ¿Un tuit es un chiste? En un tuit caben diez poemas japoneses, o un cuento de Monterroso y uno de Hemingway, juntos, o una greguería, o una nota de Wittgenstein. No solo caben: mucho de lo que se escribe ahí es cuento, reflexión, poema, no chiste. ¿Por qué hay que ignorar a los autores?
¿Y quién está hablando de «arrogarse»? ¿Por qué piensas en el autor que reclama algo (indebidamente, según tú) y no en el lector que reconoce a quien lo dijo. Y, en todo caso, ¿hay algo más puritano que el reproche de arrogancia?
«¿Quién dijo que se le acusaba de infringir una ley sino tus fantasmas?» Lo dijo Caballero.