El blog de Aurelio Asiain

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Mes: abril, 2012

Diez visiones de Julián Herbert

La serie, como se ve, empezó hace un par de días; uno espera que vaya para largo.

Música visual

En Japón suele tenerse al Chôju-jinbutsu-giga, un conjunto de cuatro rollos historiados que datan de fines de la era Heian, por el origen remoto del manga, aunque los siete siglos que median entre el monje Toba Sôjô (1053-1140), al que la obra se atribuye sin mucha certidumbre, y los manga de Hokusai, son sin duda demasiados. Pero el salto se explica por el carácter excepcional de la obra, en la que ranas, conejos, zorros y monos bailan, conversan, se entretienen en juegos y disputas u ofician ceremonias religiosas. No se trata de un relato, pero tampoco de una sucesión de imágenes inconexas: la secuencia, de tono festivo e intención satírica, es innegablemente rítmica, y aunque los hilos alusivos y simbólicos de la trama sean invisibles para el espectador no avisado y haya pasajes enigmáticos para los eruditos, la gracia de las imágenes es insuperable y la experiencia de verlas se parece mucho más a la de escuchar una pieza musical que a la de despachar una historieta ilustrada.

Porque aquí no se trata de ilustraciones: no hay ningún texto y es solo el dibujo lo que canta y cuenta. No es extraño que, entre las obras clásicas mayores del arte japonés, esta sea una de las más populares, y abundan las reproducciones completas —en rollos de diversas dimensiones, libros y videos como el muy deficiente que aparece en esta página— y fragmentarias —en revistas, tarjetas postales, pañuelos, camisetas, tazas, encendedores…—, pero muy rara vez se exhibe el original. En diez años en Japón, solo una vez pude no verlo: vislumbrarlo, parándome de puntas y alargando el cuello sobre las cabezas de los numerosos visitantes que recorrían parsimoniosamente el centenar de metros que sumaban los cuatro rollos extendidos en las vitrinas del Museo Nacional de Kioto.

Por suerte hay ya una aplicación gratuita para iPad que permite recorrer enteramente dos de los rollos, reproducidos con una calidad de imagen impecable. Las explicaciones están en japonés, pero no hacen falta para disfrutar del paseo y el curioso puede encontrar muchas más en inglés, y algunas en español, en la red.

Prodigio


Crecí inclinado
sobre un tablero de ajedrez.

Adoraba la frase jaque mate.

Mis primos parecían preocupados.

Era una casita cerca
de un cementerio católico.
Los aviones y los tanques
sacudían los cristales.

Un profesor de astronomía,
ya jubilado, me enseñó a jugar.

Debió de ser en 1944.

En el juego que usábamos
casi estaban del todo despintadas
las piezas negras.

El rey blanco había desaparecido
y hubo que reemplazarlo.

Me han dicho, pero no lo creo,
que ese verano vi colgados
de los postes del teléfono.

Me acuerdo de mi madre
tapándome los ojos.
Sabía sumergirme en un instante
la cabeza debajo de su abrigo.

También en ajedrez, me dijo el profesor,
juegan a ciegas los maestros,
y los grandes en varias
partidas simultáneas.

CHARLES SIMIC 

Versión de A. A. El original, aquí.

El misterio de Picasso

 

La notabilísima película Le Mystère Picasso (1956) de Henri-Georges Clouzot ganó el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes el año de su producción y en 1984 fue declarada tesoro nacional por el gobierno de Francia. Muestra al pintor en obra y a la obra en proceso —pero esas obras no existen sino en la película: se destruyeron después fuera de ella. Más datos, en la página de Open culture de donde la traigo aquí.

El primer eslabón es la lujuria

LUJURIA

Son siete lenguas, son catorce manos
que se deslizan por tus cavidades,
son los insectos bajo las ciudades,
son las agujas de los cirujanos.

Una mujer con pechos soberanos,
un calabozo en territorio de Hades
en que flagelan pieles las deidades
y se someten mudos los profanos.

Ella se desvanece en la cadencia
irregular de las acometidas,
en la lujuria hirviente con que piensa

en esas lenguas, en la penitencia
de los esfínteres, en las heridas—
las simetrías de la noche extensa.

*

Este soneto de Pedro Poitevin (@poitevin en Twitter) es el eslabón inicial de una cadena de quince sobre los siete pecados capitales en la que al último lo forman los versos iniciales de los catorce anteriores. Aquí está el resto.

Lujuria

Pieter Brueghel el Viejo. Los siete pecados capitales: La lujuria.

Carta a la mujer que hace la limpieza

Rosalina. Mujer.

Me insulta usted constantemente con su singular falta de visión. No lo olvide: hay belleza y una verdad esencial en todas las cosas. Desde la agonía de una gacela flechada hasta la sonrisa de un desposeído en la autopista. Pero la invisibilidad de algo no implica su falta de ser. Aunque los bebés simplones crean ingenuamente que la persona que tienen enfrente se desvanece cuando se tapan los ojos en el odioso juego de te veo y no te veo, es una falacia. Y lo mismo ocurre con el montón inadvertido de polvo que se acumula detrás de los estantes de DVD en la sala de juegos: también existe. Y es inaceptable.

Se lo digo, Rosalina, no como burla o amenaza sino como evocación de la dicha. La dicha de la nada, la dicha de lo real. Quiero que sea real en todo lo que hace. Si no puede ser real, es necesario que mantenga una apariencia de realidad. Una apariencia real de la falsa realidad, o «real». He conquistado volcanes y visitado las amargas profundidades de los océanos de la tierra. Nada que haya presenciado, de la lava a los crustáceos, me dejó tan petrificado como la mugre apelmazada en la jabonerita de plástico del baño pequeño. La palabra náusea no es suficiente. Usted, en este sentido, no está siendo real.

Volvamos ahora a los horrores de la naturaleza. Me temo que es inevitable. La naturaleza no es algo que haya que mimar y aceptar y abrazar contra el pecho como una serpiente herida. Dígame, ¿qué había antes de que usted naciera? ¿Qué recuerda? Eso es la naturaleza. La naturaleza es un vacío. Algo vacío. La vacuidad. Y ya que hablamos del vacío, no estoy seguro de que esté usted usando correctamente la boquilla retráctil o ajustando la configuración de “barrido completo” al ocuparse de las alfombras verdes de la guarida. He encontrado algo de caspa allí.

No he escuchado sino dos canciones en toda mi vida. Una fue un aria de Wagner que toqué compulsivamente de mis 19 a mis 27 años, por lo menos 60 veces al día, hasta que la gente del pueblo me sacó de mi casa con horcas rudimentarias y antorchas encendidas. La otra era Dido. Ambas me horrorizan hasta el punto de la parálisis. Cada sacudida era como un pedazo de ladrillo contra mi alma. La música es inútil y dañina. Así que, por favor, si necesita entretenerse mientras organiza el reciclaje de la basura, absténgase de esa «radio pop» con la que me afrentó hace poco. Le recomendaría que recitara algunos versos afilados. De Goethe, tal vez. O Schiller. O cuando menos Shel Silverstein.

En cuanto a las cucharas, la situación se mantiene sin cambios. La mataré si veo una.

Es todo. No deje de creer que no es usted la mejor mujer que he conocido. Lo es. E incluyo en la lista a mi madre y a la esposa de Brad Dourif (la segunda, no la de esa cosa en el labio). Gracias por su atención y lo siento si partes de esta nota están manchadas. He estado llorando.

Su dinero está bajo la guillotina.

Herzog.

Not what you expected.

"Not what you expected".
©deepinswim, en Flickr

Me sorprende que Alberto Chimal se refiera, en el tuit que me llevó a la versión inglesa de la que traduzco esta página, a “la carta erudita, arrogante, tremenda de Werner Herzog a la persona que le hace la limpieza”. Es obviamente una broma. La primera referencia fue esta:

Tan broma es que se trata de una carta apócrifa, como supimos por @MaelAglaia, que nos llevó hasta aquí:





Perdóname



He matado
al elefante
que pastaba en
la sabana

y que
sin duda
me tenían reservado
desde hace días

Perdóname
era tan grande
y estaba
tan a tiro


Jordi Doce
en su blog, con otras dos variaciones
de poemas de William Carlos Williams
—aquí el famoso esto es solo para decirte.

Caligrafía árabe, escritura Diwani Jali. Texto de Groucho Marx: "One morning I shot an elephant in my pyjamas. How he got into them, I’ll never know".

Adonis: Polen

Antes que despertara el sol de hoy
la violeta de casa partió con su valija
y tomó luego el tren del aire

*

Mi vida, aquí y ahora,
escala de peldaños que reposan
sobre la masa de la muerte.

*

El sueño abre su puerta a los amantes,
que le prometen ir
y nunca llegan.

*

La luz, que tiene rostro,
no tiene entrañas.
Lo oscuro tiene entrañas
pero no rostro.

*

En el amor, su primera morada,
el tiempo se pasea con un cuerpo de rosa,
con cuerpo de luz las rosas.
En el tiempo, su otra morada,
el polvo se pasea con pies de viento,
con pies de polvo el viento.

*

Su tiempo en ella es un espejo y sólo
lo habitan los perfiles de sus sueños.

*

¡Qué marítima en ella la pereza!
Baja de la calesa de las olas
y se entrega a la arena.

*

Abre los brazos,
me gusta ver temblar en ellos
mi memoria.

*

Los árboles disfrutan escuchando el espacio.
Así pega la oreja el árbol
contra el pecho del viento.

*

Esta luz que me alumbra sin cesar
es siempre niña.
Es mujer y por donde vaya,
corre la noche detrás de ella.

*

La historia se asienta en la cabeza de los hombres
y hace descender su verdad
por peldaños de sangre.

*

¿Qué le pasa a esa rosa?
Comenzó a marchitarse
apenas fue tomada por el sol.
¿Será la amante de la noche?

*

Llegó una mariposa a casa de la luz.
Tendida contra el fuego, entre sus dientes,
quiso aquello que la consume. ¡Cuántos
crímenes tuyos, luz, que no querrías!

*

Hacemos con la lengua la elegía de las cosas.
¿Con qué se hace la elegía de la lengua?

*

Recuerda que el otoño
no puede llegar hasta ti
antes de haber vivido las vacaciones del verano.

*

Yo retenía al sol por el tobillo
cuando salía de su noche:
fue el momento más bello de mi infancia.

*

Soñar no basta;
además, hace falta que sepas
cómo ofrecer a tus sueños un lecho.

*

En política, más te vale
decir: «la luna es una cesta
que mañana estará llena de pan y frutas»
y no «la libertad es una mujer que se divorcia».

*

Me gusta el buen enemigo.
No me despierto del todo
más que en su cabeza.

*

¡Qué dulce es esta vela!
Para dar sus adioses a la noche
debe siempre enjugar sus lágrimas.

*

Nombro la nada y recompenso a la vida.
Así la poesía le habla al poder del tiempo.

*

Lo recuerdo: en mi infancia
era color de luna nuestro pueblo.
Al despertar,
se echaba una silla a las espaldas
para que el sol pudiera sentarse.

*

Cada noche la tristeza pone una lámpara
en la cabecera de la alegría
y descifra la historia del amor.

*

El aire, un caballero.
El polvo, el más vivaz de sus caballos.

*

No he abierto mi corazón
a la hospitalidad de la muerte.
Quizá sea que ignoro siempre la vida.

*

Todo lo que resta de lo que he conocido
se convierte para mí en tinta.
Podría entonces escribir mis escombros.

*

El polvo dejó pasos
sobre una cima a la que llamo: mi infancia.

*

El día, una semilla que se eleva
en el campo de la noche.
Dame, oh tiempo, la cabeza que perdiste
y te daré el cuerpo que buscas.

*

La naturaleza no envejece
salvo en una cosa: las palabras.

*

Toda una noche, el viento guardó sus manos
posadas en el árbol frente a casa,
como si el árbol fuera mi cuerpo, mis miembros.

*

El perfume se agota al salir de la yema.
¿Por eso huye sin retorno?

*

El tiempo olvida su lengua
cuando el cuerpo se pone a hablar.

*

En nuestro pueblo el aire es un poeta errante.
Ahí están las ventanas que lo escuchan.

*

Va y viene el árbol,
pero en su sombra.

*

¿Tú no hablarás, oh muerte?
Mira a tu hermana la vida:
ella tiembla también por tu silencio.

*

Cada día el sol deja cartas
en el borde de mi ventana.
Sólo la noche puede leerlas.

*

Le doy gracias al tiempo,
que me toma en sus brazos
y borra tras de sí el camino.

* * *

Wiki: Adonis (Siría, 1930)

Corregí mínimamente la versión publicada en Vuelta, 209, abril de 1994, hecha sobre la versión al francés de Claude Esteban en Memoire du vent (Poèmes 1957-1990), Gallimard, 1991.

Leer

Kertesz

A fines de noviembre de 2010 pasamos por París y pudimos recorrer, en el Jeu de Paume, una vasta exposición retrospectiva de André Kertész (Budapest, 1894 – Nueva York, 1985). Era, por curioso que parezca, la primera de su tipo que se realizaba en Europa de la obra de este gran maestro de la fotografía mundial. “Cualquier cosa que hayamos hecho, Kertész la hizo antes”, dijo Henri Cartier Bresson. Se refería a él mismo, a Brassaï y a Robert Cappa, pero podría haber nombrado a todos los fotógrafos del mundo. No voy, pues, a intentar describir la exposición: invito al curioso a explorar las páginas del museo, que incluyen reseñas, entrevistas, videos y otros materiales.

Al terminar el recorrido me llamó la atención en la tienda un librito: André Kertész: The Pleasure of Reading (Lagny-sur-Marne: Trans Photographic Press, 1998), de Silvana Turzio. Se trata de una pequeña selección, en formato muy reducido, de la larga serie de fotografías que Kertész —hijo de un librero y lector ávido él mismo— dedicó a lo largo de toda su vida a capturar las actitudes de los lectores más diversos en los escenarios y momentos más distintos, acercándose a la actividad íntima y misteriosa pero universal y cotidiana de la lectura con fascinación, con asombro, con inteligencía, con humor, con poesía.

Ojeando esas imágenes incitantes (distintas de las que reproduce exquisitamente On Reading, Norton, Nueva York, 2008) se me ocurrió de inmediato la idea de escribir un pie de foto para cada una: lo primero que se me viniera a la mente. No pude hacerlo en el avión de vuelta a Osaka, como pensaba, pues un día antes de volver de Francia olvidé el ejemplar en la oficina de correos del centro de Montauban (a donde Alberto Ruy Sánchez me invitó para participar en el Festival Lettres d’Automne). Para mi fortuna, una amiga diligente lo recuperó y me lo envió. En lugar de escribir en la libreta, lo hice directamente en mi página de Twitter, con esa única regla: anotar lo primero que se me ocurriera, siguiendo el orden de las páginas, sin volver atrás para borrar o corregir. 

Incluir un enlace a cada fotografía sería laborioso, pero el lector puede ver las que hay aquí y establecer las correspondencias, o simplemente mirar y admirar por su cuenta. La estrella debajo de cada nota apunte a la página original del tuit.

https://i0.wp.com/static.guim.co.uk/sys-images/Guardian/Pix/pictures/2009/7/22/1248272001717/Andre-Kertesz--008.jpg

Siempre leer al lado de uno mismo.

Leer absorto entre los otros; leer, con otros ojos sobre el hombro, la página única en la página de todos. Pero siempre se lee entre otros.

Leer como de niño, olvidado del libro.

Leer como el soldado en las trincheras.

Leer la última línea de este mundo, que es siempre la que escribimos, mientras la escribimos, aun si lo es cada vez por menos de un segundo.

Leer como el que ya no espera nada, como el que solo vive ya por no dejar.

En silencio leer para otro oído.

Leer en la hojarasca del otoño.

Leer ausente, ido, desprendido.

Leer en el crepúsculo a la luz de la ventana, mientras dura; leer páginas que se borran con ojos que se extinguen.

Leer con gravedad en el jardín los diarios del domingo, mientras al lado hablan de amor.

Leer como los párrocos sin púlpito.

Leer libros ya dados al olvido.

Leer libros tirados en la calle, sin recogerlos.

Leer lomos.

Leer ordenadamente los diarios atrasados y acumulados durante meses, como hacía mi abuela, interesada no en las noticias sino en las tramas.

Leer como los viejos, alejando la página, dejando que se cuele la realidad por el rabillo.

Leer las tiras cómicas como se leen de niño. Inmensamente.

Leer en la azotea los domingos.

Leer cartas de amor ajenas halladas por azar entre las páginas de un libro.

Leer al sol entre tinacos, ropa tendida, chimeneas. Leer revistas femeninas en la lavandería. Leer en la sala de espera del dentista.

Leer andando el parque conocido.

Leer a las orillas de un gran río, alzando cada tanto la vista, vuelve otras las líneas, humedece la tinta.

Leer es ser árbol.

Leer nubes y manchas de humedad en los muros pero leerlas en las líneas de los libros. Leer un libro como una habitación, como un atardecer.

Leer en el autobús panorámico, mientras los otros pasajeros admiran el paisaje y atienden al guía de turistas.

Leer en una sillita.

Leer en los periódicos murales avisos de ocasión sin interés.

Leer la carta del restaurante como si fuera un poema, y ordenar el verso más logrado.

Leer como si no estuviéramos aquí, pero fuéramos a llegar.

Leer muertos de frío. Morir de frío, leyendo.

Leer viendo a la cámara.

Leer con ojos de pez frente al espejo.

Leer la mano del lector.

Leer de pie en la escalera de la biblioteca, horas.

Leer en la trastienda del anticuario las últimas noticias del hipódromo.

Leer como un editor: sin piedad.

Leer para la foto.

Leer con el oído, seguir lo que se escucha como un texto, atendiendo a los ecos y los giros, al sentido y al ritmo. Advertir hilos perdidos.

Leer sobre pedido, a la medida, al gusto del cliente.

Leer da alas.

Leer al lado del librero, para poder pasar de un libro a otro, siguiendo un eco de sala en sala.

Leer al sol de invierno, pero en verano.

Leer a espaldas de algo, siempre a espaldas de algo, inevitablemente.

Ya no leer.

Ir viendo las fotografías de André Kertész. The Pleasure of Reading (TFP, 1998) y anotar lo primero que cada una me sugiera, en un tuit.

Aurelio Asiain

https://i0.wp.com/nektolukas.ru/wp-content/uploads/2009/05/andre-kertesz-on-reading-5.jpg


Publiqué esta nota antes aquí.

En la biblioteca

Read a face like a book

para Octavio

Hay un libro que se llama
«Diccionario de los ángeles».
Hace cincuenta años que no lo abre nadie.
Lo sé porque, cuando lo hice,
las cubiertas crujieron y las páginas
se deshicieron. Me enseñaron

que los ángeles fueron abundantes
como especies de moscas.
Cuando se hacía de noche, el cielo
se llenaba de ángeles.
Había que agitar los brazos
a cada rato, para espantarlos.

Ahora brilla el sol
tras las altas ventanas.
La biblioteca está siempre en silencio.
Los dioses y los ángeles se apiñan
en oscuros volúmenes no abiertos
nunca por nadie. El gran secreto
yace en algún estante ante el que pasa
cada día Miss Jones, que hace su ronda.

Es muy alta, y mantiene
la cabeza inclinada, igual que si escuchara.
Son los libros: susurran.
Yo no, pero ella escucha.

CHARLES SIMIC ~ versión de AURELIO ASIAIN

publicado antes aquí.