El blog de Aurelio Asiain

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Mes: julio, 2012

Claude Monet pinta en su jardín

*

Claude Monet en su jardín de Giverny. Del documental de Sacha Guitry Ceux de chez nous (1915). Visto en Open Culture.

David Cronenberg: Cámara

Mis niñas

¿Cuántas veces
me quedé junto a ellas, esperando
que se durmieran
con los cuentos de siempre;
cara a cara, tomados de la mano,
hasta que entran al sueño y puedo
soltar los dedos y escurrirme
escaleras abajo:
la cara en blanco,
llenas de trucos las manos.

Robin Robertson,
en The Wrecking Light

Slavoj Žižek según John Gray: palabras finales

Habrá quienes tengan la tentación de condenar a Žižek como un filósofo del irracionalismo cuya alabanza de la violencia recuerda más a la extrema derecha que a la izquierda radical. Sus escritos suelen ser ofensivos y a veces obscenos (como cuando habla de un Hitler presente «en el Judio»). Hay una frivolidad burlona en los himnos de Žižek al terror que recuerda al futurista italiano ultranacionalista Gabriele D’Annunzio y al compañero de viaje fascista (y luego maoísta) Curzio Malaparte, más que a cualquier otro pensador en la tradición marxista. Pero hay otra lectura de Žižek, que puede ser más plausible, en la que no es tanto un epígono de la derecha como un discípulo de Marx o Lenin.

«Sea o no la visión de Marx del comunismo “la fantasía capitalista inherente”, la visión de Žižek —que aparte de rechazar las concepciones anteriores carece de cualquier contenido definido— está bien adaptada a una economía basada en la producción continua de productos novedosos y experiencias, cada uno supone que es diferente de cualquier otro que ha pasado antes. Con el orden capitalista imperante consciente de que está en problemas, pero incapaz de concebir alternativas viables, el radicalismo sin forma de Žižek es ideal para una cultura atravesada por el espectáculo de su propia fragilidad. Que no debe haber este isomorfismo entre el pensamiento de Žižek y el capitalismo contemporáneo no es de extrañar. Después de todo, solo una economía como la que existe hoy podría producir un pensador como Zizek. El papel de intelectual público mundial que Žižek desempeña ha surgido junto con un aparato de medios de comunicación y una cultura de la celebridad que son parte integral del modelo actual de expansión capitalista.

En una prodigiosa hazaña de sobreproducción intelectual Žižek ha creado una crítica fantasmática del orden presente, una crítica que pretende repudiar prácticamente todo lo que existe en la actualidad y en cierto sentido realmente lo hace, pero que al mismo tiempo reproduce la dinámica compulsiva y sin sentido que percibe en las operaciones del capitalismo. Al obtener una sustancia engañosa mediante la reiteración de una visión esencialmente vacía, la obra de Žižek —ilustrando perfectamente los principios de la lógica paraconsistente— se reduce al final a menos que nada.»

*

Así concluye la reseña de los dos últimos libros de Žižek que publica John Gray en The New York Review of Books. Se lee completa aquí.

Las capas

He andado muchas vidas,
entre ellas algunas mías,
y no soy el que era,
aun si algún principio queda
del ser del que me esfuerzo
por no alejarme.
Cuando miro hacia atrás,
como debo mirar
antes de reunir fuerzas
para seguir mi viaje,
veo empequeñecerse
los hitos hacia al horizonte
y alejarse los fuegos lentamente
de campamentos abandonados
que con pesadas alas rondan
ángeles de carroña.
Mis querencias más ciertas
me fueron convirtiendo en una tribu
desperdigada.
¿Cómo reconciliar el corazón
con su fiesta de pérdidas?
Se alza el viento y el polvo
maníaco de mis amigos,
los que fueron cayendo en el camino,
me da amargo en la cara.
Pero me vuelvo, sí,
me vuelvo, algo me exalta,
intacto el ánimo de ir
a donde necesite,
y cada piedra del camino
me resulta preciosa.
En mi noche más negra,
con la luna cubierta,
vagaba entre los restos,
y una nublada voz
de nimbo me lo dijo:
«Vivo en las capas,
no en la basura”.
Me falta el arte
para desentrañarlo,
pero sin duda el próximo capítulo
de mi libro de las transformaciones
está ya escrito.
No he terminado con mis cambios.

Stanley Kunitz
Versión de A.A.

Ocho poemas de Charles Simic

SANDÍAS

Entre la fruta
hay Budas verdes.

Comemos la sonrisa
y escupimos los dientes.


ESCOLARES CANOSOS

Los viejos tienen malos sueños,
duermen poco por eso.
Andan descalzos,
sin encender la luz,
o se quedan de pie, apoyados
en qué muebles tristísimos,
escuchando sus propios latidos.

Hay en el cuarto una ventana,
y es negra igual que una pizarra.
Cada viejo está solo
en el salón, fijos los ojos
en la delgada línea de gis
entre el estar aquí
y el ya no estar aquí.

No importa. Un vaso de agua,
eso venían a buscar,
aunque no nada más.
Escuchan: la pared tiene ratones,
un auto pasa por la calle,
sus padres muertos pasan arrastrando los pies
cuando van hacia la cocina.


EL ALMA TIENE MUCHAS NOVIAS

En la India me llamó la atención
una mosca en un templo;
me hizo sentir muy claramente
que tal vez, por qué no,
nos conociéramos de antes.

¿Fue en la ciudad de México? Trepaba
entre manchas de sangre las piernas amarillas
de aquel Cristo crucificado
y sus ojos crecían y crecían.
“Dios te siente en el trono eminentísimo
de Su reino invisible”.
Me lo dijo en inglés un pordiosero.
Era ciego. Sabia qué había visto.

En el bar donde Pancho Villa
disparó sus pistolas contra el techo,
en las nalgas al aire de la ninfa desnuda
del cuadro, que emergía de las aguas,
e internándose ahora sin pudor
por la nariz de Buda,
más confidente haciendo su sonrisa,
su mirada más bizca.


LA HABITACIÓN BLANCA

Lo obvio es difícil
de probar. Preferimos
lo oculto. También yo.
Escuchaba a los árboles.

Tenían un secreto,
y estuvieron a punto
de revelármelo:
nunca lo hicieron.

En el verano cada árbol
de mi calle tenía una
Sheherezada. Eran parte
mis noches de sus cuentos

salvajes. Me llevaban
por casas cada vez
más oscuras, por casas
abandonadas, mudas.

Alguien de ojos cerrados
habitaba en los altos.
Pensarlo me asombraba
y me quitaba el sueño.

La verdad: simple y fría,
dijo la mujer siempre
de blanco. No salía
apenas de su cuarto.

Al sol, una o dos cosas
que habían sobrevivido
la larga noche intactas,
las cosas más sencillas,

en su obviedad difícil.
No hacían ningún ruido.
Era un día de esos
que se llaman “perfectos”.

¿Los dioses disfrazados
de horquillas? ¿Un espejo
de mano? ¿Un peine
sin dientes? Nada de eso.

Las cosas como son,
sin parpadear, calladas
en su fulgor. Los árboles
esperaban la noche.


ANGUSTIADOS ANÓNIMOS

Nuestra secta del juicio final
tiene una membresía de millones.
La mesera que sale a echar fumadas
y ese perro amarillo junto al banco;
sabemos quiénes somos sin gafetes.

Confinados en invisibles cárceles,
hospitales y manicomios,
en la estación de vagas premoniciones,
pensamientos desordenados y pánico creciente.
Ayer le pegó al gordo algún suertudo
y a una vieja un ladrillo le cayó y la mató.
De qué forma esos viejos se toman de las manos…
Apenas han salido tal vez de un ascensor
que estuvo varias horas atascado,
y respiran agradecidos mientras llegan
preocupaciones frescas a oscurecer su día.


SOLEDAD

La única casa que tú y yo tuvimos.
No mayor que una caja de cerillas
—o vasta como el cielo constelado—
y contigo como único inquilino,
feliz de tener pulga que rascarse
mientras se pone a recordar la noche
en que oyó que llamaban a la puerta.

Te daba miedo abrir, pero lo hiciste.
Preguntó si tendrías una vela.
Respondiste que no tenías ninguna.
Se quedaron mirándose las caras
entre los dos departamentos negros,
sin saber qué decir ni tú ni ella
antes de darse al fin los dos la espalda.


EL SAPO

Durante un tiempo mis amigos
no me verán en la ciudad.
No iremos por las calles
bien entrada la noche
llamándonos a gritos, señalando
tal o cual vista espléndida
o aterradora, tanto
que cómo darle nombre a la carrera.

Paso unos días en el campo.
Me pongo en pie temprano,
oigo los pájaros
que saludan el día
y cuando callan
oigo las hojas en el viento;
abundan aquí tanto
como allá en tu ciudad las multitudes.

Dios nunca hizo un día tan hermoso,
me dijo una vecina.
Luego se fue y yo me senté a la sombra
y me quedé rumiando aquello.
Un sapo salió entonces de la hierba
y, viendo que era inofensivo,
saltó sobre mi pie rumbo al estanque.


EN LA BIBLIOTECA
                     para Octavio


Hay un libro que se llama
“Diccionario de los ángeles”.
Hace cincuenta años que no lo abre nadie.
Lo sé porque, cuando lo hice,
las cubiertas crujieron y las páginas
se deshicieron. Me enseñaron

que los ángeles fueron abundantes
como especies de moscas.
Cuando se hacía de noche, el cielo
se llenaba de ángeles.
Había que agitar los brazos
a cada rato, para espantarlos.

Ahora brilla el sol
tras las altas ventanas.
La biblioteca está siempre en silencio.
Los dioses y los ángeles se apiñan
en oscuros volúmenes no abiertos
nunca por nadie. El gran secreto
yace en algún estante ante el que pasa
cada día Miss Jones, que hace su ronda.

Es muy alta, y mantiene
la cabeza inclinada, igual que si escuchara.
Son los libros: susurran.
Yo no, pero ella escucha.

 


Versión de A. A.

Silencio

Bajo un roble de invierno yo dejé de cantar
El cielo tras el roble descendió como nieve
La nevada nocturna cesó ya en la mañana
No ha vuelto el corcel negro sobre el que yo cantaba
Los ojos del corcel eran lagos de negro
En los que inmensos llanos se inundaban de lágrimas
En los que eran barridos los años hasta el negro
El viento hizo perderse al corcel por el cielo
El viento convirtió en fruta sus huesos
El viento va a arrancar el roble de la tierra


Ouyang Jianghe
versión de A. A.
de la versión inglesa de Austin Woerner en Doubled Shadows.

Ona, de Pau Camarassa

*

Aquí, el blog de Ona.

La emoción científica

Un papalote en llamas

 

Qué gran cosa si todos pudiéramos volar.
Pero alzarte en el aire no te convierte en pájaro.

Me enferman las burbujas silbantes de champán.
Es primavera y todos tienen qué vomitar.

Cierto: una vida libre está hecha de palabras.
Uno puede arrugarla, puede arrojarla al cesto,

ponerla entre los cuerpos de los ángeles para
obtener dirección permanente en el cielo.

Ya sea que aleteen hacia la V de las tijeras
o estén en las paredes impresos y pegados

o armados y amarrados con cuerdas, marcos de bambú,
o condenados a morir por fuego,

tú ante todo y al fin
y al cabo eres ceniza.

Pero es cosa del aire este fulgor.
Alza tu copa aun más, arrójala muy alto.

Pocos conocen este vertiginoso júbilo:
en el cielo vacío, dos alas encendidas.

Ouyang Jianghe
versión de A. A.
de la versión inglesa de Austin Woerner en Doubled Shadows.